Ribera del Duero

Los evangelios pasan casi de puntillas por este episodio: tras la muerte de Jesús en la cruz, Pilato permite que sus soldados entreguen el cuerpo de Jesús a un tal José de Arimatea, que lo pide para enterrarlo. Entre ambos momentos, muerte y entierro, el fervor popular ha rellenado los episodios que no cuentan los evangelistas, pero que se imaginan en su devoción. Son extendidas las imágenes de la Piedad, una Madre que reciben en sus brazos el cuerpo torturado del Hijo muerto, y también las del momento en que ese cadáver es desprendido del elemento de tortura para su traslado su hasta el lugar del enterramiento. Esto es lo que rememoran de forma muy visual varios pueblos de la Ribera gracias a que unas tallas de Cristo que cuentan con una particularidad: tienen articulaciones que permiten mover los brazos a la altura de los hombros. Eso permite que el Cristo que está con los brazos extendidos en la cruz, pueda desprenderse de ella al liberarlo de los clavos y quede con los brazos pegados al cuerpo para ser colocada como imagen yacente en una urna funeraria. La transición entre ambos momentos es el rito del Descendimiento.

La delicadeza del rito en Peñaranda de Duero

En Peñaranda de Duero la ceremonia se lleva a cabo en la Colegiata de Santa Ana. El Cristo en la cruz preside el rito desde el centro del presbiterio. Los cofrades van liberando la imagen de los clavos que lo sostienen al madero, animado todo ello por un sermón que alude al significado espiritual de cada uno de estos pasos.

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Vigilantes y con mimo mantienen la figura erguida hasta el momento en que con exquisita delicadeza es bajado y depositado en la urna funeraria que procesionará a continuación.

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El resto de los pasos, incluido el de la Virgen enlutada, también están preparados para la procesión. A la Madre dolorosa la acompañan mujers que entonan cantos penitenciales propios de Peñaranda, que se han transmitido de generación en generación

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La energía de los cantos en Gumiel de Izán

En Gumiel de Izán, además del Descendimiento, tres cánticos populares vertebran la celebración de Viernes Santo: comienzan los actos con un Vía Crucis Matinal y solemne, durante el que se canta el Calvario, un cántico que en 25 estrofas va recordando todas las escenas de la pasión, desde la oración en el huerto hasta el último suspiro. Un cántico que va entonándose desde la iglesia hasta la ermita del Río, acompañando la imagen de Jesús Nazareno y de la Dolorosa. Ya en la ermita llega uno de los momentos más emocionantes: el acto de contricción. Este canto combina el relato de los hechos de la pasión con expresiones de arrepentimiento de los fieles. La emoción del acto reside en el particular ambiente que crean las voces, fundamentalmente masculinas, al entonar el cántico con voz enérgica, vigorosa, potente, que hacen retumbar el pequeño templo de la Virgen del Río.

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Y antes de que el tercero de los cantos tradicionales protagonicen la procesión, Gumiel revivirá también el Descendimiento. Paso a paso los cofrades retirarán del Cristo clavado en la cruz los símbolos de la tortura que padeció según las escrituras, como los clavos de manos y pies o la corona de espinas.

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Cuando la figura está liberada de la cruz se la coloca como un Cristo yacente en un sepulcro donde ha procesionado a continuación. La maniobra puede realizarse gracias a una sábana que se desilza entre el cuerpo y los brazos del Cristo, sostenido por dos cofrades elevados sobre los brazos de la cruz, mientras otros dos reciben la talla desde abajo.

Gumiel cuenta para esta procesión de Viernes Santo con un cántico particular: la Vía Sacra. Esta melodía tiene una cadencia particular: es un canto rápido pero que consigue quedarse en la memoria de los fieles y que el pueblo pueda unirse fácilmente gracias a una melodía repetitiva que mantiene su entonación en una sílaba de cada verso.

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La procesión del Viernes Santo es una de las más extendidas en toda la Ribera. Y dos son los pasos más habituales: una Virgen, bajo cualquier advocación, pero que se convierte en Dolorosa al revestirla los fieles de un manto, mantilla o velo negro, y un Cristo Yacente en urnas de cristal que permiten contemplan la figura en su interior. Es el caso de Campillo de Aranda, donde es la Virgen del Rosario, de facciones delicadísimas y de una sencilla belleza la que sale en procesión revestida de negro.

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También en este municipio es el coro de mujeres, acompañadas del resto del pueblo, el que entona canciones tradicionales, algunas de las cuales son propias de la localidad. entre uno y otro canto un tamboril marca ritmos acompasados y contundentes que mantienen el recogimiento del acto. Campillo venera en su templo al Santo Cristo del Sudor, una antigua imagen de Cristo Crucificado al que tienen reservado un lugar de honor en un retablo a la izquierda del altar mayor, donde es tradicional colocar el "monumento" de Jueves Santo. La procesión del Santo Entierro está encabezada por la cruz procesional y los faroles que van abriendo el camino a las carrozas

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También en Sotillo de la Ribera procesiona el Cristo yacente, que en esta localidad ha sido rebautizado por el pueblo: se le conoce popular y cariñosamente como "el Tumbao".

A la espera de la Vigilia Pascual y las numerosísimas procesiones del Encuentro entre el Resucitado y su Hijo el domingo de Pascua, al Sábado Santo aún le quedan algunas procesiones penitenciales, protagonizadas por la Virgen bajo la advocación de la Soledad. En Aranda la Cofradía del Santo Cristo de la Salud y Nuestra Señora Virgen de la Soledad celebrará su procesión tras el sermón que comenzará a las seis de la tarde en la iglesia de Santa María. Estarán acompañados por la Banda de cornetas y tambores de la Asociación Cultural "Torre del Reloj" de Peñafiel