Aquellas maravillosas navidades. De los inocentes a Reyes
La Firma de Javier Gómez Caloca
![Aquellas maravillosas navidades. De los inocentes a Reyes. La Firma de Javier Gómez Caloca](https://cadenaser.com/resizer/v2/https%3A%2F%2Fcloudfront-eu-central-1.images.arcpublishing.com%2Fprisaradio%2F7R7K2KX7BVDJ7IV7TV7SCRSI4I.jpg?auth=8b49b85321fdd4235b049902856671cfa373feb0bdc76053e54d8ddad0a490ea&quality=70&width=736&height=414&smart=true)
Aquellas maravillosas navidades. De los inocentes a Reyes. La Firma de Javier Gómez Caloca
03:00
Compartir
El código iframe se ha copiado en el portapapeles
Palencia
Buenos días, hoy toca la segunda entrega sobre mis navidades en Piedrasluengas que, por lo que algunos me han transmitido esta semana, se parecían mucho a las suyas.
Entre Navidad y los Reyes, parejo al destace del chon, la preparación de las jijas y el adobo de costillas, lomo y espinazo, con los jamones ya en sal, había dos fechas esperadas con mucha ilusión.
El 28, con la cara de buenas personas que sólo los niños tienen, íbamos a casa de tía Andrea o de Olga a pedir media docena de huevos o una taza de harina. La cuenta siempre la pagaban los Santos Inocentes y, a veces, nos llevábamos de propina una choriza pequeña para asar en las brasas.
Con los huevos y la harina, más leche de las vacas recién paridas, la madre nos hacía frisuelos, en idioma urbano una especie de crepes, pero más ricos, que untados en miel o con azúcar es algo insuperable.
El otro día señalado, sin fecha fija, era el del derrite. Como casi no había aceite o era demasiado caro, se cogía toda la grasa del chon, se la calentaba en la caldera de cobre sobre la lumbre, junto con manzanas, unas cabezas de ajos y alguna cosa más que no recuerdo, se iba derritiendo poco a poco, se la colaba en una pucherona de barro y listo para cocinar durante el año.
En otra puchera más pequeña, entre grasa derretida, se guardaba el mayor de los tesoros, lomo y costillas para las grandes ocasiones.
En los primeros setenta, el único pescado que comíamos era el bacalao en salazón, comprado en Cervera o a Poli el de San Salvador que, si la nieve no lo impedía, subía todos los jueves con su Avia. Vamos, lo que llaman ahora comercio de
proximidad. Bacalao con tomate podía haber por fin de año…y todos los viernes de cuaresma, que entonces el cura y hasta la Guardia Civil todavía se metían en las cocinas a ver si se cumplían las medievales normas de la Dictadura.
Tampoco faltaban en Nochevieja, Año Nuevo o Reyes, los chumarros del chon a la brasa, lo que ahora llaman los secretos del cerdo, denominación más fina, pero no tan sabrosos como los de aquellos cerdos criados en casa.
Y, por supuesto, borono con manzana frita. Si quieren comer una exquisitez compren en la plaza de Abastos o en algunas carnicerías que también lo tienen, unos boronos, háganlos rodajas como si fueran una piña, fríanlos con manzanas y disfruten de una delicatesen a un precio imbatible.
Uvas casi siempre pasas, salvo que Estalayo el de Cervera hubiera podido pasar al mercado de Potes y, entonces, siempre dejaba una caja para todos los vecinos en gratitud por haberle rescatado un invierno de una nevada en el alto el puerto.
A la hora de las campanadas íbamos al teleclub con unos serojos y un tizón para hacer lumbre. Así fue hasta que un año el padre se presentó con una Telefunken, en blanco y negro, que nos acompañaría en nuestro éxodo rural forzado a la capital en 1975.
La nieve, mentían piadosamente los padres, un año más había impedido llegar a los Reyes Magos, por mucho que hubiéramos insistido a Nacho el cartero. Y nosotros tan felices, frisuelos con chocolate para desayunar era nuestro regalo…Salvo un año que a mí me trajeron un Pegaso de juguete más grande que yo, sin pilas ni mandangas teledirigidas con el que jugué varios años, haciendo y deshaciendo carreteras y caminos, garajes, cargando tierra, leña y tirando de la cuerda.
Esas eran mis Navidades, las de ahora, son distintas, pero también las procuro y las deseo felices.
Feliz semana y que tengamos un 2023 lleno de igualdad, libertad y fraternidad.