Dialogar, pactar, entender y avanzar

Albacete

Lo que sucede en el mundo no deja de sorprendernos y de alguna manera de defraudar las esperanzas que alguna vez podíamos tener en los líderes políticos, y no hablo solo del escenario internacional. No llegamos a comprender como construir tanto como sociedad después de la II Guerra Mundial se quiere eliminar de tajo y no parece haber ninguna capacidad de respuesta. Y tampoco como quienes han luchado con nosotras en la batalla feminista hoy nos vuelven a defraudar y burlar nuestra confianza. ¡Ojo! que nadie se aproveche de esto.

El liderazgo político parece estar centrado en destruir las sociedades a través de la polarización, el odio y el miedo, promoviendo una actitud constante de rechazo y diferencias frontales y casi que inquebrantables. Pero lo cierto es que los conflictos, guerras y abusos sistemáticos a los Derechos Humanos no han terminado por resolverse con odio, armas y bloques máximos de poder. Estamos viviendo todo lo contrario: Muerte y más muerte.

Los ricos y poderosos, aprovechando el debilitamiento de la democracia, toman un lugar descaradamente relevante y la sociedad de a pie toma partido como si realmente se nos fuera la vida en ello, promoviendo el odio, enfrentándose con su vecina, familiar, migrante o diferente, y lo más peligroso, otorgándoles el poder en las urnas. Parece que en realidad pensáramos que desde abajo, desde nuestros enfrentamientos más viscerales sumamos o restamos en aquellos espacios limitados de poder donde realmente lo que se nos quiere es confundidas y aturdidos.

Me temo que no. Me temo que los discursos de odio dan la razón en la barra del bar, detrás de una pantalla o en el estado de WhatsApp, y poco menos. Nos hace vivir con desprecio hacia la vida de otros, nos hace agresivas, ofensivos y en algunos casos crueles. ¿No notamos como todo está más tenso, más inestable? Parece que se hace popular ser violento e intransigente.

La falta de apertura a escuchar y aprender de otros produce muy malas respuestas a los problemas complejos que vivimos. El diálogo es poner en valor nuestras diferencias. Su ausencia, es hacer de la diferencia un problema inviable.

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Voy a llamarme ilusa y quizá ingenua pero creo que ha llegado el momento de realizar la movilización desde la base, y es más, creo que desde las diferencias, obvio que no desde las más extremas, pero sí desde aquellas esquinas que alguna vez se han acercado al centro para convivir. Es momento que desde la sociedad de base seamos capaces de dialogar, pactar, entender y avanzar. Y dar ejemplo desde lo más mínimo, como en el activismo de lo cotidiano, desde cada gesto, y quizá empezando por los que no piensan igual.

El diálogo es escuchar, darse a entender y buscar entender, es poner en valor el otro punto de vista. No es necesariamente llegar a acuerdos y para nada es llegar a pensar igual pero permite conservar escenarios más pacíficos y terminar con este ambiente de crispación que se está multiplicando y está totalmente globalizado.

Para desarrollar más diálogo, quienes lideran, deben abrirse a escuchar y aprender con otros. Eso no siempre asegura que se logre, pero es un primer paso. Pero también creo que esta dinámica es importante desde la ciudadanía, las organizaciones, los partidos políticos, medios de comunicación y los movimientos sociales. Todos tenemos un compromiso con la convivencia.

Y es que ahora, no vale solo con decir que “tenemos miedo a lo que viene” sino ¿qué vamos a hacer para contrarrestarlo? y porque no, detenerlo. Necesitamos una especie de “cordón sanitario” como sociedad, porque quizá escuchándonos algo cambie en esas “urnas decepcionadas” que parece quieren volver a las dictaduras.

Llamarme ilusa nuevamente pero creo que la historia ha demostrado que alguna vez hemos llegado a tener ese poder.