Precariedad indecente
La firma de opinión de la catedrática de Trabajo Social de la Universidad de Castilla-La Mancha, María José Aguilar
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Albacete
“Los trabajadores y trabajadoras merecen paz y democracia”. Con este lema se conmemora hoy el día mundial del trabajo decente. Trabajo decente es el empleo que respeta los derechos humanos, que garantiza salario digno, condiciones seguras de trabajo e igualdad de oportunidades.
Pareciera que el trabajo decente es algo que se va consiguiendo progresivamente en nuestra sociedad, pero la realidad (no los discursos) muestra que lo que lleva años avanzando y extendiéndose es el empleo precario: justo lo contrario de un trabajo decente.
La precariedad no es un accidente ni un error del sistema, es una forma de opresión, sistemática y estructural, que lastra oportunidades y erosiona derechos que fueron conquistados arduamente mediante la lucha desde mediados del siglo XX. Unos derechos por condiciones laborales y protección social dignas, que están “vendiéndonos” (y que están logrando colarnos en el imaginario colectivo) como privilegio.
La precariedad en el trabajo y el empleo produce sobreexplotación y coloca a las personas bajo la amenaza permanente de marginación. Esta deriva precarizadora en la que llevamos inmersos casi dos décadas con diferentes gobiernos, tiene un alto coste humano; especialmente para las personas más jóvenes, las mujeres y las personas migrantes, tanto en términos de desigualdades crecientes como de salud. La precariedad impide a cada vez más personas formularse y desplegar un plan de vida, que es la condición básica para la autoestima.
Del mismo modo que la revolución industrial del siglo XIX hizo surgir a la burguesía como nueva clase social, las dinámicas buitres y las lógicas depredadoras de desposesión y saqueo de la actual acumulación capitalista, han dado lugar a la aparición del precariado como la única nueva clase social que aumenta.
El precariado español está formado por la población desahuciada de sus viviendas (un fenómeno exclusivamente español), por los jóvenes titulados atrapados entre prácticas profesionales no retribuidas y contratos basura, por el desempleo femenino y la cárcel de la doble jornada, por los trabajos de cuidado no remunerados, por las camareras de piso (las Kelly) de la boyante hostelería hispana, por los repartidores de empresas tipo Glovo o Uber… Todos estos trabajos son formas posmodernas más cercanas a la esclavitud que al trabajo decente.
Tenemos un gobierno que se considera a sí mismo progresista, pero que hace dos días propuso (no como ocurrencias en un programa de humor, sino por boca de su ministra de seguridad social en un importante foro) dos oxímoron: trabajar estando de baja por incapacidad laboral y trabajar durante la jubilación. Esto es justo lo contrario de un trabajo decente: es profundizar en la opresión de la precariedad. Y un día como hoy, esto es importante recordarlo.
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