Opinión

El dolor y los apaches

La firma de opinión del neurólogo, jefe del Servicio de Neurología y profesor de la Facultad de Medicina de Albacete Tomás Segura

Tomás Segura

Tomás Segura

Albacete

Uno de los mejores recuerdos de mi niñez procede de la colección Joyas Literarias Juveniles, una serie de adaptaciones al comic de clásicos de la literatura, fundamentalmente de aventuras, que publicaba Editorial Bruguera en los setenta y que mi padre encargaba sistemáticamente en la librería Toñín de Albacete. El domingo era el día de la recogida, que todos los hermanos esperábamos con expectación porque en aquel mundo sin videojuegos ni cadenas de televisión uno de los mayores placeres que podía traerte la semana, además de ver una película de Tarzán en las matinales del Astoria, era sin duda leer una novela de Emilio Salgari en formato cómic. Nunca podremos los niños de mi generación agradecer lo suficiente a los guionistas, adaptadores y dibujantes de la Editorial Bruguera aquel esfuerzo por llevar hasta nuestra imaginación aquellas maravillosas aventuras ideadas por los grandes genios de la literatura universal.

Firma de opinión | El dolor y los apaches

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Fue así cuando entré por primera vez en contacto con las novelas del Oeste escritas por Karl May, lo que sin duda debió influir en mi deleite posterior al descubrir las historias del Teniente Blueberry y, ya de adulto, en el que experimenté leyendo las obras maestras de Oakley Hall.

En estos días el historiador norteamericano Paul Andrew Hutton ha publicado “Las guerras apaches”, la larga historia del conflicto que enfrentó a la irreductible nación indígena con españoles, mexicanos y estadounidenses, y que estos últimos convirtieron en una guerra de exterminio.

Durante el período de expansión española por el norte de México, los conquistadores entraron por primera vez en contacto con las tribus que allí habitaban, entre ellas, la de los apaches. La etnia más numerosa era la de los indios Pueblo, que si bien originariamente se enfrentaron a los españoles, tras ser derrotados por Juan de Oñate, a finales del XVI, poco a poco fueron adoptando las costumbres y, sobre todo, la religión de nuestros antepasados, y bajo su protección prosperaron hasta permanecer aún hoy como la población indígena norteamericana más numerosa. Por el contrario, los Apaches, que ya antes de la llegada de los españoles eran tribus nómadas que vivían a menudo de rapiñar a otros indios más sedentarios, permanecieron irreductibles y no aceptaron vivir en poblamientos fijos ni adoptar la religión católica. Su valor indómito y su crueldad hicieron el resto para conformar el mito que tanto ha nutrido las páginas de la literatura del oeste y las pantallas del cine de western.

En su ensayo sobre estos indios, Hutton relata que eran especialmente admirados aquellos de entre ellos que ideaban nuevas y más dolorosas torturas, y que los indios respetaban a los prisioneros con mayor capacidad de sufrimiento, siendo mayor el mérito de su captor cuanto mayor era el aguante del torturado. Los apaches asociaban así la capacidad de tolerar el dolor con la valentía de su enemigo, y hubieran quedado enormemente defraudados de haber podido saber la verdad. Porque, en realidad, lo que la Neurología nos dice hoy es que la tolerancia al dolor depende mucho más de los niveles endógenos de sustancias cannabinoides de cada individuo que de su valentía. Hace 2 semanas la revista Brain publicaba un artículo que desentraña los mecanismos genéticos de la insensibilidad al dolor y la importancia de la regulación genética de la producción de los cannabinoides. Este artículo es importante, porque abre un camino nuevo a la Medicina para combatir el dolor mediante la transferencia de material genético capaz de modificar la expresión de algunos genes ligados a la producción o recepción de sustancias cannabinoides.

Yo, sin embargo, al leer el artículo de Brain, no pude evitar pensar en los Apaches. Quién les explica ahora a los escasos supervivientes del genocidio yanqui que la mejor tolerancia a las torturas refinadas inventadas por sus antepasados no dependía de la mayor valentía de sus prisioneros, sino tan solo de su peculiar idiosincrasia genética….

En cualquier caso espero que para todos ustedes el fin de semana que ahora se avecina sea todo lo contrario a una tortura.

 
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