Opinión

En el centenario de Sorolla

La firma de opinión del neurólogo, jefe del Servicio de Neurología de Albacete y profesor de la Facultad de Medicina, Tomás Segura

Tomas Segura

Tomas Segura

En el centenario de Sorolla

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Albacete

Durante este año 2023 se celebra el centenario de la muerte de Joaquín Sorolla. El pintor valenciano, nacido en 1863, falleció en 1923 a la edad de 60 años. Fue probablemente el pintor español de mayor fama durante el periodo de entre siglos y para el gran público es sobre todo un pintor de paisajes. Sin duda Sorolla era un maestro de la luz, y sus escenas marítimas y sus enormes murales le dieron ya en vida una fama merecidísima. Pero no hay que olvidar que fue también un gran retratista y justo estas semanas el Museo del Prado presenta una exposición de retratos del autor que merece la pena visitarse. Para Sorolla posaron personajes tan conocidos de la época como Cajal, Galdós, Machado, Blasco-Ibáñez, Castelar, Cossío o Altamira. Pero en la exposición del Prado se presentan otros retratos menos conocidos, como por ejemplo los realizados a dos médicos, amigos personales del pintor a la vez que los encargados de cuidar de su salud. Se trata de los doctores Francisco Rodríguez de Sandoval y Joaquín Decref y Ruiz. Sorolla tenía la costumbre de pintar los retratos de sus amistades en formato apaisado, y así se presentan ambos al público, lo que no impide que, sobre todo el segundo, sean auténticas obras de arte. Pero si bien Sorolla gozó de éxito, reconocimiento profesional y una vida familiar afortunada, no tenía sin embargo buena salud, quizá porque no la cuidaba lo suficiente pese a gozar de amistades médicas tan cercanas. Si ustedes buscan en sus biografías, encontraran que la temprana muerte del autor se debió a “agotamiento físico”. Yo he mantenido otra teoría en alguna publicación previa, y se la resumo ahora. En mi opinión, Sorolla padecía microangiopatía cerebral y sufrió varios ictus lacunares. Del primero tenemos constancia, porque sucedió a los 57 años mientras trabajaba. El testigo, Ramón Pérez de Ayala, cuya mujer estaba retratando el pintor. Ante los asombrados ojos del escritor, Sorolla perdió súbitamente fuerza en el lado izquierdo del cuerpo, cayó al suelo, y sólo se levantó con la ayuda de Ramón y su mujer para intentar volver a ponerse frente al caballete, sin poder continuar trabajando. El autor asturiano deja constancia de que en esos momentos Sorolla hablaba y pensaba perfectamente, porque incluso entonces fue capaz de hacer ironía sobre su destino. Fotografías posteriores lo muestran en actitud de hemiparesia izquierda, siempre sentado -al parecer no volvió a caminar-, y cada vez más delgado. Sorolla era un gran comedor (a mediodía tomaba 4 platos), gustaba fumar buenos habanos y su rutina cotidiana puede calificarse como sedentaria, prácticamente siempre a pie quieto o sentado observando sus modelos. Era además muy probablemente hipertenso, pues tenía contacto profesional con las sales de mercurio de las pinturas. Joaquín Sorolla sufrió este primer ictus lacunar en 1920 y le sobrevivió 3 años, impedido físicamente, pero no privado de su lenguaje o su razonamiento. Murió en 1923, cuando aún la Medicina desconocía el poder devastador de la hipertensión arterial, que es la responsable del 90% de los infartos lacunares. Sin corrección de sus causas ni tratamiento farmacológico preventivo (tampoco se conocía entonces), tras el primer episodio vascular cerebral, el que presenció Pérez de Ayala, es muy probable que el maestro desarrollara nuevos eventos de isquemia por oclusión de arterias perforantes, cuya carga lesiva acumulada en el cerebro acaba provocando un cuadro clínico clásico de debilidad motora, desequilibrio, dificultades deglutorias, labilidad emocional e incontinencia de esfínteres. La última fotografía del gran pintor, en Cercedilla, pocos días antes de su muerte, delgado y muy avejentado con solo 60 años de edad, además de impactar al observador, sirve para apuntalar más esta hipótesis.

En los últimos 20 años los neurólogos hemos avanzado de manera prodigiosa en el tratamiento del infarto cerebral. Pese a ello, la mejor estrategia para combatir una enfermedad será siempre su prevención. Y en la prevención del ictus es fundamental el control de la hipertensión arterial. De haberlo sabido hace 100 años, quizá hoy aún tendríamos más ejemplos pictóricos de los que maravillarnos como legado del gran maestro Joaquín Sorolla.

Buen fin de semana.

 
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