El octogenario que sobrevivió a la travesía del Atlántico en una barcaza: los españoles también emigraron y murieron en el mar
Justo Simón emigró a Venezuela en busca de una vida mejor en una barcaza. Durante la travesía, se quedaron sin agua, y sobrevivieron gracias a un carguero que se atravesó en el camino milagrosamente. "No le deseo a nadie que sienta lo que es la sed", rememora

Cadena SER
Santa Cruz de La Palma
El testimonio de Justo Simón es la historia viva de la migración española hacia América, que tuvo una especial incidencia en Canarias y en Galicia. Siendo prácticamente un adolescente, Justo se subió a un pequeño barco que realizaba la ruta a las Américas desde la isla de La Palma de forma ilegal. Para lograrlo, estuvo varios meses intentando evitar a la Guardia Civil en sus intentos frustrados. "Éramos unas diecisiete personas en un barco pequeñito, no recuerdo cuánto pagamos por ese viaje. Eran tantos los nervios que uno no sabía ni dónde estaba", recuerda Justo a sus ochenta y nueve años. El propietario del barco era un carpintero de ribera con dos motores. "Era un barquito de madera", rememora.
En casa de Justo eran once hermanos, siete mujeres y cuatro hombres. Cuando tomó la decisión de marcharse a Venezuela, sus padres sintieron una profunda tristeza. "Es como si los hubiera matado, porque era el único que todavía vivía con ellos", dice todavía con algo de culpa. "Es muy triste tener once hijos y quedarse solos", añade con resignación. Pero era el signo de los tiempos. La pobreza empujaba a los hijos a emigrar muy lejos, en algunos casos, para no volver jamás. "Llegamos a Fuencaliente escondiéndonos de la Guardia Civil, estuvimos dos o tres meses hasta que logamos llegar al barco bajando un risco", rememora Justo.
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La pobreza: las razones de la emigración
Justo sobrevivía en La Palma a duras penas. "Decidí emigrar para ver si conseguía tener otra clase de vida. Por entonces tenía dos yuntas de ganado y un mulo. Iba al monte a buscar leña y luego del monte a la costa para hacer dinero. Había que mantener a la gente, era muy duro", describe Justo las razones por las que emigró. Al llegar a Venezuela tras sobrevivir a la larga travesía, le recibió un hermano que había emigrado antes que él en las mismas condiciones. "Estaban esperando el barco ilegal de Canarias, mi hermano me abrió el camino allí", dice. En Venezuela Justo sembró maíz, cargó camiones, aprendió las labores del tabaco.

Cuando uno entra en un barco como esos, se disocia de la realidad. "Te desconectas de todo, la noche es larga encima de tanta agua. Amanecía el día: mar, llegaba la noche: oscuro. Eso es malo de pasar. Una cosa es decirlo y otra vivirlo", recuerda Justo. "Cuando uno emigra para buscar otro modo de vida y es rechazado, eso no debería ser", explica Justo cuando se le pregunta por los cayucos y pateras que llegan a Canarias. "Lo lamento profundamente", añade un hombre más que autorizado para empatizar con los miles de subsaharianos que llegan a Canarias por las mismas razones que llevaron a Justo a emigrar hace décadas.
Un final milagroso: a punto de morir de sed
Tras dos meses de viaje, se quedaron sin agua. Milagrosamente, se cruzaron con un carguero que les salvó la vida. "Nos dejaron agua y comida, si no hubiera sido por ellos jamás hubiéramos llegado a Venezuela vivos", cuenta todavía con emoción. "Nunca pensamos que el trayecto iba a ser así: tres meses en el mar. Jugábamos a las cartas, hablábamos, nos bañábamos. Fueron tres meses muy muy largos", explica Justo. "Hablamos de lo bueno y de lo malo para poder pasar el tiempo, día y noche, fue una travesía tremenda, tremenda", zanja Simón.
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Durante la travesía, muchos de ellos vomitaban constantemente. "Dios nos libre de la sed. Vale más pasar hambre que sed. Se te seca la boca, se te seca la boca, es horrible. Dios nos libre de eso, eso es malo de pasar", explica Justo, que cuando llegó a Venezuela tuvo que empezar a beber y a comer muy despacio. "Cuando volvimos a beber agua lo hicimos despacito, poco a poco", añade. Durante tres mese solo comían gofio, queso duro e higos pasados. "Cuando uno emigra se le pone el corazón en un puño, pero después se va ensanchando poco a poco", concluye.
El volcán se llevó todo lo que trajo de Venezuela
Justo lo tiene muy claro: si pudiera volver atrás en el tiempo, no tomaría la decisión que tomó. "Creo que no, pasamos muchas fatigas. Trabajamos como tontos", explica. En la travesía, "a veces valía más no saber nadar", sentencia , rememorando el sufrimiento terrible que supuso aquel viaje. "El agüita la tomábamos a sorbitos, lo mínimo. Comíamos muy poquito porque cuanto más comíamos, más sed teníamos", explica Justo a sus ochenta y nueve años. Irónicamente, todo el dinero que logró en Venezuela se lo llevó el volcán en tan solo tres meses. "Creo que perdí casi dos millones de euros en fincas en Todoque, todo está debajo de la lava", concluye. Es el destino y triste final de las cosas materiales, que en modo alguno son las cosas realmente valiosas de la vida.