Sobre el premio feminista a Román Rodríguez
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Teresa Cruz Oval, exconsejera de Sanidad del Gobierno de Canarias, y Román Rodríguez, exvicepresidente del Gobierno de Canarias.
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Antes de que las políticas woke se apoderaran del feminismo para convertirlo en un accesorio para sus campañas, ser un hombre feminista significaba estar dispuesto a enfrentarte a tus propios amigos, colegas y familiares por denunciar el desequilibrio y las injusticias. En los años 60 y 70, cuando el feminismo de segunda ola irrumpió con fuerza, algunos hombres entendieron que no bastaba con apoyar a las mujeres de palabra, que era necesario ceder espacios, compartir lo doméstico y, en general, desmontar el privilegio masculino. Ese proceder no era popular, no daba puntos en política, pero era real, auténtico. Sin redes sociales donde presumir de lo que se es, quedaba la actuación personal. Algo que tenía que ver con la relación con tu pareja y el resto de las mujeres, con la educación de los hijos, con tu pensamiento íntimo, pero sobre todo con tu comportamiento, tus acciones personales en el mundo cercano. No creo que muchos lográramos pasar de las intenciones a los hechos con sobresaliente, en aquellos tiempos aún próximos en los que Soberano era cosa de hombres y casi todo lo demás –menos la casa, los hijos y los cuidados- también. Pero muchos lo intentamos.
Personalmente, creo que el feminismo auténtico no precisa de anuncios grandilocuentes, camisetas moradas con eslóganes, y un lenguaje impostado. Se demuestra en la gestión del poder, en la igualdad salarial, en la protección de los derechos laborales, facilitando actitudes y comportamientos que permitan superar la injusticia, los techos de cristal, la discriminación, y enfrentar sin miedo los cambios sociales. El feminismo que se cacarea desde la política recuerda las dietas que se anuncian en enero: al final todo sigue igual. La diferencia entre decir que se es feminista y serlo radica en la acción diaria, en la cesión de poder, y sobre todo en la coherencia entre discurso y práctica. Por eso produce bochorno que Román Rodríguez –precisamente él- sea distinguido con la Medalla del Ministerio de Igualdad por promocionar los valores de Idem. Muy fuerte: Román es el único político canario de nivel señalado reiteradamente por acoso y conductas machistas. Lo denunció la diputada Espino en el Parlamento, por la forma casposa en que la intentó ridiculizar durante años, y lo denunció también la exconsejera de Sanidad de su propio Gobierno –la socialista Cruz Oval- por acoso continuado en los Consejos de Gobierno, hasta que logró echarla, para que pasara todo lo que pasó después. En fin…
Román, premiado por Igualdad. Cosas veredes.