Opinión

Sobre los tuits de la Gascón

El enfoque de Francisco Pomares: sobre los tuits de la Gascón

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La historia es tan absurda que casi parece un meme: a una española que ha hecho fortuna en el cine internacional la pillan con unos viejos tuits casposos y el ministro de Cultura se despacha asegurando que la chica buena de antes ya no vale: “Sus tuits no representan a la sociedad española. Su candidatura queda empañada”. O sea, que el ministro no apoya la nominación a los Oscar una actriz española, porque en el pasado expresó opiniones sobre el Islam que él no comparte. La España nacionalcatólica e inquisitorial, la que cree que todo el mundo debe pensar lo mismo, responder a una única moral y a un pensamiento políticamente correcto –o sea, al suyo- ha regresado travestida de progresismo. Si los tuits de Gascon en vez de decir que el Islam es una infección, hubieran dicho que es la Iglesia Católica la que nos infecta… ¿Alguien cree que el ministro le habría retirado su apoyo? A ver, creo que si cancelamos a todo el que no se mueve en los códigos que la cultura oficial considera política y moralmente aceptable, y lo hacemos no en base a las opiniones actuales del cancelado, sino en base a las que haya podido expresar en el pasado, acabaremos borrando socialmente a todo el mundo.

Gascón anda ahora perdida, implorando tregua, pero la pobre lo tiene crudo: la política de reconocimiento y apoyo tiene su letra pequeña, sólo se aplica si eres un icono perfecto e impecable, sin pasado, sin opiniones de outsider. La maquinaria institucional se vuelca hasta extremos de pura indecencia con cualquiera que encaje con su discurso: si una película española huele a premios, ahí están las fotos del sofá con el ministro, los discursos pomposos, los hashtags de rigor. Pero ahora que una actriz trans alcanza el éxito -con una fabulilla musical bastante intrascendente, por cierto-, el Gobierno le tira tomates. Cuando la diversidad y la igualdad se convierten en herramientas de agit-pro, acaban por devorar a sus héroes. Le pasó a Errejón, tan modosito presentando hoy en los tribunales su cara de niño bueno, pero incapaz de recuperarse nunca de lo que él mismo sembró. Para correr su misma suerte, ser expulsada del mundo, a la pobre Gascón no le hizo falta siquiera bajarse la bragueta. Le bastó con ser ella misma: imperfecta, deslenguada y brutal.

 
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