María del Mar Bonet

Asturias

Así que con el viaje de ida y vuelta de trabajo y capitales a México —primero fuimos nosotros y ahora son ellos los que regresan a reflotar nuestro fútbol y nuestras aguas, embotellados como hace tantos años que vamos y andamos—, tomamos este año rumbo al Mediterráneo del verano sin saber que sus temperaturas migraban hacia el Cantábrico. Y allí no solo le habían quitado el peaje a la autopista A-7, invadida por los camiones, que lo vertebra de sur a norte, de Cataluña a Andalucía, sino que también el rumbo este, de Zaragoza a Barcelona, la autopista de Los Monegros, ahora verdes en su desierto añejo, tampoco hubimos de pagar, que están demoliendo los portazgos carreteros. Eso lo vieron unos; los del tren pagaron por un Alvia un servicio semejante al de la FEVE para llegar a Valencia, Benicasim u Oropesa.

Así, así fue cómo el domingo, mientras caía “el sol tras el Montgò”, que separa Denia de Altea, o caía del Maestrat castellonense al Maestrazgo turolense, la profunda, hermosa voz del Mediterráneo desde la plaza de bous de Vinaròs, ahora ya con los años un poco más tenor que contralto, convocó a la luna, adelantándose tres días a la superluna de ciervo de hoy. Acompañada de la más que guitarra de Borja Penalba y las más que percusiones de Antonio Sánchez, la luz perfectamente timbrada de María del Mar Bonet —sus colores, excelentes, magníficos, ¡ufff!— seguía preguntándose què volen aquesta gent?, quizá tan actual o un poco más por lo andado desde en el 68. María del Mar Bonet sigue hilando, tejiendo La Balanguera. Extraordinaria María del Mar Bonet fila, fila, María del Mar Bonet filará. Eterna. Como el peaje de El Huerna.

Buen verano a todos.