Lluvia
La opinión de Andrés Recio

Morón de la Frontera
La lluvia siempre viene preñada. La lluvia es conservadora, radical, jacobina, liberal o reaccionaria. La lluvia no tiene sexo ni género, es chubasco, aguacero, llovizna o chaparrón. La lluvia también tiene sus músicas y sus tiempos. Puede ser sinfonía aterrizando en adagio sobre el cultivo sediento, o bien azote en presto desbocado sobre frágiles velas arriadas en alta mar.
La lluvia es un misterio, un milagro más de este planeta que se ejercita en perpetuo equilibrio sobre un alambre cada vez más mohoso y debilitado. La lluvia, en realidad, es la alquimia consumada en los jardines, en el aroma evanescente del puchero en ebullición, en los lagrimales de los ojos emocionados. La lluvia es deseo virulento entre los deseos del sur, añoranza de barro con el que moldear los muñecos de la vida o soporte tangible sobre el que escribir la historia. Y solamente lo fugitivo permanece y dura, nos enseñaría el poeta. La lluvia es trasunto de vida o ese asesino milenario, devastador e inimputable por las decrépitas leyes humanas.
El hombre es contingencia, paso y pasado efímero. El agua de lluvia es origen y destino, avariciosa memoria de tierras baldías, sangre palpitante de campos en flor. Tiempo de agua de lluvia que se sumerge en grutas misteriosas y brota alumbrando caminos, socavando rocas, sorteando sinuosa los meandros virulentas o adormecidas. Aguas de rostro turbio o de cristalina melodía que sin religión que las ampare ascienden a los cielos y luego, sin cetro ni báculo, nos bendicen con su sermón repiqueteado sobre los tejados y las calles, a través de su vivífica tonada interpretada por acequias, por regueras y por canalones.
Vendrán días de sol y de calores, del llamado buen tiempo. Mientras tanto, así estamos agradecidos al exclusivo milagro que multiplica panes y peces, al parto de las nubes, a la preñada verdad de la lluvia, la que nos mantiene en pie chapoteando entre tanta, tantísima mentira.