Más gatos que hijos
Firma de Opinión de la periodista Irene Contreras

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Córdoba
Mis amigas están teniendo más gatos que hijos, y, a juzgar por las estadísticas oficiales, las que no son mis amigas también. Cada vez que el INE y el IECA estrechan la base de la pirámide poblacional saltan las alarmas, llueven los titulares catastróficos, se llenan los comentarios de las noticias de reprobaciones y vituperios y señores mandándonos a parir. De sesudos análisis sobre la crisis de la familia como institución y las adolescencias milenial que se alargan hasta los 40, de la vejez tan triste que nos espera y de un país que se va a pique porque nuestro egoísmo nos condena a la extinción como especie. Qué tontería: si fuera tan fácil extinguirse lo habríamos hecho ya.
Cuando fracasa el chantaje psicológico llega el relevo de los economistas. Que sí, que las pensiones no se pagan solas, pero es que tampoco he firmado yo un contrato por el que me responsabilice de alumbrar nuevas hormigas obreras para que otros puedan seguir enriqueciéndose a su costa. Ya que eres tan pragmático, déjate de futuribles y empieza por ordenar lo tangible: techo, pan, escuela y hospital. ¿Por qué cuando se plantean estrategias para el fomento de la natalidad se nos llenan las salas de prensa de cheques bebé y ayudas a la conciliación? ¿Qué fue del “trabajar menos, trabajar todos, producir lo necesario, redistribuir todo”? ¿Habrá política natalista más efectiva que poner los cimientos de un mundo que merezca la pena heredar?
Por ahora, sin certezas de que nuestras hijas no vayan a tener que sobrevivir en un tardocapitalismo decadente y agónico donde los pocos recursos que queden se los lleven los de siempre, no culpo a nadie de preferir una estirpe gatuna que no le sobreviva. Tampoco le reprocho sus ganas de reproducirse a quienes tienen la esperanza de que el mundo mejore sobre los hombros de una generación nueva, llamada a impugnar y reparar todo lo que nosotros hacemos mal. Pero si los voceros del apocalipsis tienen razón y al final el mundo se va a pique, tened claro que la culpa no será ni de mis amigas ni de sus gatos.