Despacho o-mal
La opinión de Julián Granado
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El «Paso Cambiado» de Julián Granado
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Morón de la Frontera
Lo que me quedaba por ver. No era suficiente con que el presidente de los USA fuera por ahí con la chaqueta siempre abierta como un matón, y tocado con gorra de béisbol. El mundo tenía que soportar también la visión de su bienamado Musk (que yo sospecho tiene algo de muñeco diabólico) haciendo de las suyas en pleno Despacho Oval. Con el niño Eloncito a horcajadas sobre sus hombros, haciéndoles burla y morisquetas a a las cámaras mientras su papá anuncia decretos apocalípticos. Todo ello con la satisfecha aprobación de Sauron-Trump, sentado en esa mesa que tan grande le viene.
Como el jefe está ya muy visto, se supone que los asesores de imagen andarán trabajando en nuevas charlotadas a estrenar, que no sean el consabido bailecito presidencial del esquiador senil ni el renovado saludo nazi de su mano derecha. Verdaderamente, cuando el mal cobra tintes humorísticos, se transforma en simple crueldad para con el espectador. Cuyo origen es inútil buscar en la intimidad biográfica o los recovecos infantiles del personaje. Lo suyo es mal en estado puro, del que brota por generación espontánea y crece sin riego ni fertilizante, como los cactus del desierto. Mal, cuyos daños sufridos por la civilización, y en buena parte tolerados por ella, tardarán una eternidad en repararse, si es que alguna vez lo hacen sin dejar secuelas. Mal del que no paga con la horca.
Maldad arbitraria, porque sí y sin necesidad, o para satisfacer necesidades miserables. Maldad procedente de un odio hacia personas e ideas, al que es imposible y, sobre todo, inútil corresponder en su recíproca medida. Maldad practicada por unos pocos sujetos, y que lamentablemente nos denigra a todos como especie humana. Maldad, en fin, que siempre creí reservada a los adultos. Hasta que he presenciado la escena del pequeño Eloncito en el Despacho Oval. ¡Que a ese niño le pixelen la cara, por favor!