La primera industria olivera de Arahal: La Palmera
Rafael Martín Martín, Cronista oficial de la Ciudad de Arahal - Comentario número 50
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Trabajadoras de la fábrica
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Arahal
Hoy alcanzamos un momento especial en nuestro recorrido: el comentario número 50, una marca que simboliza crecimiento, consolidación y evolución. Hace ya cerca de un año y medio que este proyecto está en antena, y en este tiempo hemos construido juntos un espacio de intercambio, aprendizaje y reflexión.
Al igual que en la historia y la cultura, la Edad de Plata representa un período de esplendor, creatividad y madurez. No es aún la cima definitiva, pero sí un indicio de que estamos en el camino correcto, fortaleciendo nuestra identidad y acercándonos a nuevas metas.
Este camino no lo hemos recorrido solos. Gracias a todos los que han sido parte de este viaje, aportando sus ideas, comentarios y apoyo constante. Cada palabra, cada reflexión y cada historia compartida han dado vida a este espacio de encuentro.
Han sido miles de arahalenses y no arahalenses quienes, con su interés y participación, han hecho de estos comentarios un testimonio vivo de nuestra historia y de nuestro presente. Juntos hemos recordado, aprendido y honrado nuestras raíces.
Pero esto no acaba aquí. Sigamos avanzando con la misma pasión y compromiso, porque lo mejor está por venir. Y será, como siempre, un viaje que recorreremos juntos.
¡Gracias por ser parte de esta historia!
¡Por muchos más momentos como este!
Hoy quiero invitaros a un viaje al pasado, a un tiempo de desafíos y sacrificios, pero también de superación y esperanza. A través de las calles de Arahal resuenan las voces de quienes vivieron momentos duros de nuestra historia, especialmente de tantas mujeres que con su esfuerzo marcaron el carácter de nuestro pueblo.
En medio de esas dificultades, una luz de esperanza se encendió con la llegada de la primera empresa aceitunera de Arahal: La Palmera. Su aparición no solo transformó la industria local, sino que también endulzó la dureza de aquellos tiempos, brindando empleo y estabilidad a muchas familias arahalenses. Gracias a esta oportunidad, muchos hogares pudieron afrontar el futuro con más optimismo, con la certeza de que el trabajo y la unión serían la clave para seguir adelante.
Hoy, al recordar estas historias, rendimos homenaje a quienes hicieron posible este legado, a las manos que con esfuerzo y dedicación contribuyeron al crecimiento de nuestro pueblo. Porque conocer nuestro pasado es valorar nuestro presente y construir un futuro con el mismo espíritu de lucha y esperanza.
"Soplaban vientos del Sur y el hombre emprendió el viaje", decía Joan Manuel Serrat en su homenaje a Antonio Machado. Y así fue. En nuestra Andalucía, en el corazón de la Campiña sevillana, esos vientos soplaron con fuerza a finales del siglo XIX y en las primeras décadas del XX. No eran solo corrientes de aire, sino ráfagas de cambio, impulsadas por visionarios del sector de la aceituna y el aceite que llegaron para transformar nuestra tierra.
Grandes emprendedores como Luca de Tena, José María de Ybarra, Antonio Carbonell o Santiago Camacho entendieron el potencial de nuestros olivares y dieron un giro decisivo al comercio de los productos del olivo, sentando las bases de una industria próspera y sostenible.
En Arahal, esta transformación tuvo nombre y apellido. Dos hombres emprendieron el viaje y marcaron el camino: D. Ricardo Luque Luna, desde su Arcos de la Frontera, y D. Eutimio de la Serna Ahumada, desde su Linares de Bricia, una pequeña localidad en el norte de Burgos. Con su visión y esfuerzo, contribuyeron a convertir Arahal en un referente del sector, dejando un legado que hoy sigue vivo en cada cosecha, en cada aceituna y en cada gota de nuestro preciado aceite.
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D. Eutimio de la Serna
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D. Eutimio de la Serna
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D. Ricardo Luque Luna
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D. Ricardo Luque Luna
Porque la historia no solo se escribe con palabras, sino con la pasión y el trabajo de quienes se atreven a emprender el viaje.
Corría el año 1922 cuando estos dos señores llegaron a Arahal, un pueblo de la Campiña sevillana donde el tiempo parecía bailar al ritmo pausado de sus olivos centenarios. Árboles generosos, de hojas plateadas que, con cada brisa, susurraban historias de esfuerzo y tradición. De sus ramas brotaba un tesoro verde, un fruto pequeño pero inmenso en valor, que no solo definía el paisaje, sino también la vida y la economía de toda una comunidad.
Fue en este rincón de Andalucía donde estos visionarios vieron un futuro prometedor. Con trabajo, ingenio y pasión, ayudaron a transformar la aceituna en motor de progreso, impulsando el crecimiento de Arahal y dejando una huella imborrable en su historia.
En el arrabal del Lobo, en un terreno de tres fanegas de tierra que antes pertenecía a D. José María Soriano Hidalgo, se levantó la primera fábrica. Esta huerta, conocida como la huerta del Lobo o la huerta de Don Alejandro, se adquirió por una suma de diez mil pesetas, y en ella comenzó a gestarse el cambio que marcaría el futuro del pueblo. Al año siguiente, esa fábrica iniciaría su andadura, transformando para siempre la economía local.
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Fábrica de Aceitunas “ La Palmera” de Arahal
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Fábrica de Aceitunas “ La Palmera” de Arahal
La esencia de un pueblo está en sus raíces… y en quienes supieron ver en ellas un camino hacia el futuro. Por eso, hoy quiero dedicar este comentario a un reconocimiento más que merecido: el homenaje que recientemente Arahal ha rendido a esta empresa, símbolo de trabajo, crecimiento y tradición.
Este logro no habría sido posible sin el tesón y la profesionalidad de Alfonso Pereira, cuya entrega ha sido clave para hacer realidad este proyecto. También ha sido fundamental la colaboración del Ayuntamiento, demostrando su compromiso con la historia viva de nuestro pueblo. Pero, sobre todo, este homenaje no habría alcanzado su verdadera dimensión sin la generosidad de D. Francisco de la Serna, quien ha facilitado un valioso legado: documentos, instrumentos y recuerdos que, a partir de hoy, pasan a formar parte de nuestra cultura y patrimonio.
Porque recordar nuestra historia es honrarla. Y con gestos como este, Arahal sigue escribiendo su propio relato, con las mismas raíces firmes y la misma mirada puesta en el futuro.
Aquí se inicia una historia de 85 años de tantas y tantas situaciones, en las que siempre jugó un papel de primera relevancia las mujeres a las que yo llamo mujeres de sal y esfuerzo, aquellas que antes de que despuntara el sol, cuando el frío calaba hasta los huesos, emprendían su camino hacia la fábrica. En sus manos, una simple lata de chorizo convertida en improvisado brasero, llena de cisco para combatir el invierno en esas grandes naves salpicadas de salmuera. En sus corazones, la esperanza y la necesidad de llevar el sustento a casa.
Pero antes de cruzar las puertas de la fábrica, había una parada imprescindible: la Iglesia del Santo Cristo de la Misericordia. Allí, en el recogimiento de sus muros, le hablaban al Cristo al oído. No pedían grandezas, solo fuerza para seguir adelante, para que sus manos curtidas por la sal y el trabajo fueran suficientes para sostener a sus familias.
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Trabajadoras de la fábrica
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Trabajadoras de la fábrica
Ese trabajo no era solo un empleo. Era la posibilidad de llenar la mesa, de vestir a los hijos, de mirar al futuro con un poco menos de miedo. Y con cada oración susurrada, con cada jornada cumplida, construyeron un legado de esfuerzo y dignidad que hoy merece ser recordado.
A ellas, a esas mujeres incansables, nuestro homenaje. Porque su historia es la esencia misma de Arahal.
Pero este reconocimiento es también extensivo a todos aquellos hombres que, desde diferentes puestos en la fábrica, fueron parte fundamental de este legado. A los que, tras la recogida de la aceituna en el campo, la transportaban hasta la fábrica. A quienes trabajaban en el patio de recepción, en las zonas de preclasificado y escogido, en los pilones de cocido, en la preparación de la lejía y la salmuera. A los que desempeñaban su labor en las naves de escogido y clasificado, de deshueso y relleno, de tostado de pimiento. A los que con precisión y conocimiento trabajaban en el laboratorio, en la tonelería, la carpintería, el taller de electricidad y mecánica.
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Y también a quienes, desde la oficina, gestionaban el día a día de la empresa, incluyendo aquella enfermería que, en su momento, se convirtió en un añadido indispensable.
Cada uno de ellos, con su labor, su dedicación y su compromiso, escribió una parte de esta historia que hoy recordamos con respeto y gratitud. Porque su trabajo no solo impulsó la industria, sino que marcó el rumbo de muchas generaciones.
A todos ellos, nuestro reconocimiento eterno.
Desde sus inicios en Arahal, la empresa experimentó un crecimiento excepcional durante la dictadura de Primo de Rivera, duplicando sus ventas hasta alcanzar cerca de cinco millones y medio de pesetas anuales en los últimos años de este período. Gracias a este éxito, el negocio se expandió, consolidando su presencia en la localidad y abriendo nuevas fábricas en la década de 1930 en Utrera y en el Aljarafe sevillano, específicamente en Umbrete. Esta expansión convirtió a la empresa en uno de los principales productores de aceituna de verdeo.
A lo largo de esos ochenta y cinco años, han sido muchas las anécdotas, las historias y las vivencias que han quedado grabadas, como la que ocurrió en 1936, cuando la primera exportación de aceitunas arahalenses tenía como destino Norteamérica. La ilusión era enorme, y el viaje se realizaba a bordo de un barco alemán llamado Lahnec, cargado de bocoyes de aceituna con rumbo a Nueva York.
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La travesía comenzó en el puerto de Sevilla, pero al pasar por Cádiz, el barco se vio obligado a desviar su ruta hacia Lisboa debido a los constantes bombardeos. A pesar de los graves daños que sufrió durante el trayecto, logró llegar a la capital portuguesa, donde fue reemplazado por otro barco. Afortunadamente, la carga llegó finalmente a su destino, y con ella, las primeras divisas americanas llegaron a España. ¡Una historia que refleja la tenacidad y la ilusión de aquellos que abrieron nuevos caminos
El origen de esta empresa marcó el inicio de un proyecto con un enfoque claro: la exportación. Desde sus primeros pasos, dirigió su producción hacia mercados internacionales, llevando nuestro "tesoro verde", en concreto se llegaron a exportar hasta más de doce mil bocoyes anuales con 500 kilos de aceituna manzanilla sevillana y gordal en cada uno de ellos a destinos tan diversos como Estados Unidos, Canadá, Inglaterra, varios países de América del Sur e incluso China. Este producto, que siempre fue el motor de nuestra economía local, encontró en esta empresa su principal impulsora.
D. Eutimio asumió desde el principio la dirección de la empresa en Arahal y logró superar con éxito el difícil período de autarquía, una etapa especialmente compleja para el país y, en particular, para nuestro pueblo. Estos años, conocidos como "los años del hambre" (1940-1955), representaron un gran desafío. Durante este tiempo, Eutimio se trasladó a Utrera, dejando al frente de La Palmera a su hijo, D. Jesús de la Serna, quien se convirtió en una figura clave. Su integración en Arahal fue tal que llegó a vivir dentro de la propia fábrica
D. Jesús no solo fue un líder, sino también el símbolo de la recolección del olivar en Arahal. Durante los primeros días de septiembre, su nombre se convertía en sinónimo de inicio de la temporada de cosecha. En los cafés, en los bares y en las charlas informales de la localidad, todos se preguntaban: “¿Ha puesto ya el precio D. Jesús?”. Esta simple pregunta marcaba el comienzo de la recolección, cuando los agricultores, ansiosos por iniciar la temporada, se preparaban para abrir los puestos de aceituna en las calles del pueblo. La economía olivarera de Arahal giraba en torno a esa señal, que no solo definía el mercado, sino también el ritmo de vida de la comunidad.
Y así año tras año, la empresa se fue adaptando a las nuevas realidades del mercado. Y del sector, con la introducción en la década de los años 50 de nuevas tecnologías que frenaron la abundante mano de obra que hasta ese período caracterizaba a la empresa, dado el sistema manual de todo el proceso; a pesar de ello, no se llegó a notar mucho en nuestra ciudad, porque en el año 1959 Arahal se une al asociacionismo, tras la explosión del régimen cooperativo, apareciendo la Sociedad Cooperativa del campo arahalense, así como otra nueva empresa formada por accionistas, conocida como la LAIS en unos años posteriores.
Un nuevo reto en el sector se planteó en el sector, orientándose la empresa a alternar con la aceituna granel el envasado, bien en latón, en cristal o en pequeños barriles que presidían mucho de los comercios de nuestras ciudades y en especial del exterior.
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Hubo momentos muy críticos a lo largo de este dilatado período, como en la década de los años 70, presidido por un período de sequía y sobre todo de un importante éxodo rural, llegando incluso nuestro pueblo a perder en este período más de mil quinientos habitantes; a ello se le unió los graves problemas en el sector de la bajada de exportación a Estados Unidos, principal comprador de nuestros productos, reduciéndose de un 35% a un 26% las exportaciones.
A ello, se le unió problemas derivados de la ubicación de la propia fábrica, dada la imperiosa necesidad de oferta de suelo para construcciones de viviendas y nuevos planteamientos, arbitrándose zonas específicas para estas empresas aceituneras, cuyos residuos ocasionaban problemas y de esa manera se podrían aglutinar en una misma zona. Fue la década de los 80 y había un proyecto muy interesante propuesto por el Ayuntamiento, pero a pesar de ser partícipe activo en las conversaciones, D. Jesús se negó en último momento a firmar y dejar ese terreno inicial del Arrabal del Lobo.
A medida que avanzaban los años, la fábrica de La Palmera en Arahal fue perdiendo fuerza, mientras que la de Utrera se convertía en el centro de la producción. La que un día fue un motor económico y social del pueblo empezó a reducir su actividad, manteniéndose en mínimos durante las últimas décadas del siglo XX.
Finalmente, en 2007, la sirena que marcaba el inicio y el fin de la jornada laboral dejó de sonar, y las aspas del molino se detuvieron para siempre. Con su cierre, no solo desapareció una fábrica, sino también un símbolo de esfuerzo y dedicación que marcó la vida de muchas generaciones en Arahal.
Aunque sus instalaciones quedaron en silencio, la memoria de La Palmera sigue viva en quienes la vieron crecer y en aquellos que, con su trabajo, contribuyeron a su historia.
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