Teatro y farolitos.

Morón de la Frontera.

Decía Joaquín Sabina en una entrevista que los que hacen carrera política en España son aquellos que están preparados desde un principio para inclinarse y decir “¡Claro que sí, don Ángel!” Cuando Lope de Vega inaugura "el arte nuevo de hacer comedias" está lejos de imaginar la impronta interpretativa que contagiará en las cabezas hispanas tan proclives, por otro lado, a los asuntos embrollados, a los contubernios, chantajes y traiciones. Históricamente fueron las representaciones teatrales las que destapaban las conciencias de los reyes, de los gobernantes y del pueblo por igual. Se demostraba así que las mismas estratagemas son las que equiparan en intereses e hipocresía a una corona, a un sombrero de fieltro y a una gorrilla de visera. Y los espectadores -estratégicamente divididos gracias a nuestra racional inopia e ignorancia- aplaudimos enfervorizados a un bando o a otro, y mira que Lope ya avisa: “…y escribo por el arte que inventaron / los que el vulgar aplauso pretendieron / porque como las paga el vulgo, es justo / hablarle en necio para darle gusto”.

Somos un auditorio de viejas raíces al que le tienen cogida la medida, al que no se le permite pensar más allá de los deseos de venganza y cuya médula ósea ideológica se hunde en la noche de los tiempos, unos tiempos que nunca soltaron amarras con las sutiles madejas de la persecución inquisitorial y de los odios cainitas que nos identifican hasta el tuétano. Decía mi abuelo que para ejercer de político como se ejerce en España hay que ser o muy tonto o muy sinvergüenza. Juzgados llenos hasta los topes de dirigentes chorizos, de hermanísimos, de esposas y de novios, de maltratadores con acta de diputado que días antes pregonaban el “sólo sí es sí” adornado con abrazos y besitos entre camaradas en igualdad…

En realidad, a lo que estamos asistiendo con la clase política española es a un vodevil barato con pésimos e infames actores deambulando sobre un tablado que apesta a engaño y a corrupción, donde tan sólo unos pocos –los que al final abandonan el barco por vergüenza, por asco o porque son empujados por la borda- se creen lo que pregonan gracias a que todavía sus venas están irrigadas con ciertos rescoldos de decencia. Pero quién de verdad definió ese refinamiento truhanesco que antaño enfrentó a muerte a los españoles y que hoy sigue más vivo que nunca fue Galdós cuando certificaba en “Cánovas”, uno de sus Episodios Nacionales, aquello de que "los dos partidos que se han concordado para turnar en el poder, son dos manadas de hombres que no aspiran más que a pastar en el presupuesto. Carecen de ideales, ningún fin elevado les mueve, no mejorarán en lo más mínimo las condiciones de vida de esta infeliz raza pobre y analfabeta. No acometerán ni el problema religioso, ni el económico, ni el educativo; no harán más que burocracia pura, caciquismo estéril y trabajo de recomendaciones, favores a