Miguel Botella: "Lo más importante para un profesor es transmitir entusiasmo"
El emérito de la UGR, eminencia mundial en antropología física, se jubila tras 54 años en la UGR
NaN:NaN:NaN
Compartir
El código iframe se ha copiado en el portapapeles
<iframe src="https://cadenaser.com/embed/audio/460/cadenaser_granada_hora25granada_afondo_alt23_20241014_203000_210000/" width="100%" height="360" frameborder="0" allowfullscreen></iframe>
Granada
Pidió a Pilar Aranda, la anterior rectora, las llaves de la Facultad porque iba cada día del año. Fue cada día del pasado agosto a su despacho, a "cantarle a mis huesos", a avanzar en sus investigaciones. Para Miguel Botella (Granada, 1949) nunca ha existido la línea que separa la pasión del trabajo, y eso le ha permitido "una vida plena".
Como profesor, dice que "ni mucho menos" los alumnos de ahora son peores que los de antes; también dice que los profesores han de dejar la vanidad colgada en el perchero, porque en los libros e internet está todo, y deben centrarse en generar el talante, la actitud, la pasión. "Lo más importante para un profesor es transmitir entusiasmo", dice Botella convencido.
Después de 54 años en la UGR, y con 75 cumplidos, abandona el despacho. Nada más. El resto de su actividad, sus investigaciones y sus viajes siguen enhiestos, y en pocos días viajará a Colombia y México para seguir reconociendo cadáveres y diagnosticando causas de muertes, a menudo violentas, a menudo después de torturas y sufrimiento. "La verdad es lo más importante para los familiares", dice preguntado por si en algún momento ha dulcificado el drama como paliativo del dolor.
Viaja por su vida. Por sus orígenes humildes. Cuenta que su padre era lector de contadores del Ayuntamiento de Granada, que renunció a una beca con 11 años que le enviaba a Tarragona con los cerebritos de aquella España de grises que necesitaba niños prodigio para vender el régimen y levantar el ánimo; habla de las personas que son determinantes en nuestra existencia, y remarca a Miguel Guirao, y también a Sebastián Pérez Linares, cuya tumba visitó cuando obtuvo la cátedra.
No es para tanto. Cualquiera lo puede hacer. No hay que darle tanta importancia. Se resta méritos todo el tiempo, cobijada su media sonrisa socarrona, irónica y perspicaz debajo de la adarwinada barba.