Cable a tierra
Firma de Opinión de la periodista cordobesa Irene Conteras
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Córdoba
En el principio debió de ser el silencio. Yo, desde luego, no lo conocí: desde que me alcanza el recuerdo existe ese murmullo de fondo saliendo de un aparato en el salón o en la cocina. Aunque no siempre le prestaba atención, siempre había una voz contando una historia. En los viajes en coche, en los días de limpieza general, en las mañanas antes de ir al colegio y hasta en las primeras horas de la noche: un murmullo de voces saliendo de la mesita de noche de la habitación de mis padres.
Porque algunas costumbres se heredan, en mi casa siguen sonando las mismas voces. Pero, porque no todas las costumbres se heredan, en mi casa no hay relojes puestos en hora. Son las voces las que me guían por las mañanas en una casa en la que no hay relojes. Sin más referencia temporal que la costumbre de las voces, me dejo guiar por los bloques de contenidos: sé que voy a llegar tarde al trabajo si no he terminado de desayunar cuando empieza el informativo local, pero incluso en esos casos puedo permitirme dejar el café a medias porque sé que acto seguido la actualidad económica terminará de activarme el cortisol. Al volver a casa las voces seguirán ahí, listas para contarme qué ha pasado en el mundo mientras yo me preocupaba por cosas menos importantes.
Si vives sola, esas voces son una compañía ideal porque no te roba los tuppers y puedes mandarla a callar sin represalias si empieza a cabrearte. A mí, sin embargo, me gusta dejarme cabrear por las voces porque sé que hay muchos cabreándose a la misma vez que yo. Ahora que tenemos tan fácil elegir qué queremos que nos cuenten las voces, es sano desafiar la tiranía individualista del contenido a la carta y dejarse arrastrar con la colectividad. Cuando me cabreo, dejo el cuchillo en la encimera, cojo el móvil y escribo en un grupo de Whatsapp: "Oye, ¿estáis escuchando la SER?". Y alguien que efectivamente escucha las mismas voces que yo comenta conmigo los ataques de Israel o la última barbaridad de la ministra de Vivienda.
No sé qué había antes de las voces, seguramente silencio y relojes en hora. A mí, desde luego, me gusta vivir con las voces porque son un cable a tierra. Ojalá no se callen nunca.