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Opinión

Andrés Recio hace una oda a la primavera en su columna

«Que sea, madre, en primavera, en ese tiempo pueril que entre lagares de yerba anda, al margen de la desgracia, "...con la misma seriedad del niño, que juega, que ríe, que se solaza"»

La columna de Andrés Recio

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Morón de la Frontera

No quiero morirme, madre, pero cuando me toque que sea en primavera, la que nos aturde en el monte con zumbido de afanada abeja, con temblor de rana en el charco, con balido de blanca oveja, silbo de culebra en la linde, relincho del potro en la vega. Al poniente de mis pagos, entre la fronda y las flores, envuelto en la maga estación que todo lo cambia con la rapidez con la que ocurren las cosas en los cuentos árabes, se erige el campanario, símbolo tronante, enajenado badajo de redención metálica, sonora blasfemia de canto. Si he de morir, madre, que sea en primavera y con rastro de rosa en las manos, de limonero en la boca, como surtidor que a la sombra de un patio de naranjos vierte lágrimas de alondra.

Que sea, madre, en primavera, en ese tiempo pueril que entre lagares de yerba anda, al margen de la desgracia, "...con la misma seriedad del niño, que juega, que ríe, que se solaza". Ladrona enardecida de soles y brisas, así es la primavera, como el cuco que camina entre nidos ajenos, okupa bendita, pródiga, derramada, alegre peregrina, calandria viajera. Y los días se estiran en el gozo de las miradas como un entero regalo, con mil vestidos del alma: de armiño en el caserío, lapislázuli la tarde, de escarlata la amapola, ceniza en los olivares, y ya orean los sembrados, murmullo verde el estanque, blando ébano el ruchillo, de plata clara la madre, limón radiante la aurora, arroyo en cristal vibrante, y moteadas viste el cielo sus luciérnagas de arriate, nimbo de estrellas que braman celos de ciego azabache.

No quiero morirme, madre, te lo juro, pero cuando me toque que sea en primavera, en este océano de esquilmo, en esta locura de yedra, cuando cante el campanario, cuando se engalane la vega, cuando surque la golondrina esta perfumada fiesta. Y cortejando al demiurgo, Machado de la espera, quiero morir cantando, cantando en sus riberas: / “Doblar de campanas, lejanas, llorosas, / suave de rosas aromado aliento... / …¿Dónde están los huertos floridos de rosas? / ¿Qué dicen las dulces campanas al viento?” Las huertas están floridas en la entraña de mis huesos, y ya las dulces campanas, que morirme en primavera, van contando que pretendo. Pero cuando me toque, madre, cuando me toque, porque te juro que aún no quiero.

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