Morir con 59 años
El subdirector de Diario de Sevilla, Carlos Navarro Antolín, reflexiona sobre la muerte prematura del empresario Ramón Ybarra Valdenebro
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Carlos Navarro Antolín: "Morir con 59 años"
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Sevilla
Cada vez son más habituales los reportajes sobre nuestros centenarios. Personas que alcanzan y superan los cien años de edad. Y se ensalza que lo hagan con calidad de vida, que es la gran clave. Envejecer con capacidad de movilidad, la cabeza cuerda y el cariño de una familia es el gran reto de la sociedad de hoy.
El otro día murió la andaluza más longeva. A los 110 años. Pero ayer, ay, nos levantamos sobresaltados con la muerte de Ramón Ybarra Valdenebro, que se ha quedado al borde de cumplir los sesenta. Jovial y educado como su padre, con pasión por su familia y por su ciudad, con el tacto de las personas agradecidas por las cosas sencillas, con la capacidad para disfrutar de las cosas buenas de la vida y generar siempre buenas vibraciones.
La genética, las prisas, el estrés de la sociedad de hoy, el mundo acelerado por hipercomunicado, las exigencias laborales… Se habla mucho de todo esto cuando se muere gente joven. Porque 59 años es una edad muy temprana para dejar este mundo. De pronto nos paramos y pensamos. ¿Merecen la pena tantas carreras? ¿De verdad tenemos que coger cada día una pértiga y tratar de saltar más alto? ¿Hay que meterse en tantas bullas de la vida cotidiana? Probablemente es que, como refiere la letra a los caídos, no sabemos vivir de otra manera.
Se ha muerto un vecino, un sevillano alegre, conocido y sonriente. Hijo, esposo y padre. Se nos ha ido muy pronto, como tantos. Cada día vivimos más, pero cada día (parece) se muere gente más joven. Llamativo contraste.
Descanse en paz Ramón. Brille para él la luz perpetua que dora las mañanas de Martes Santos la plaza que lleva el nombre de su padre, a la misma vera de San Nicolás, donde está su Candelaria. Y donde para nosotros siempre seguirá estando.