De reyes y CEOS

Córdoba

Bajo este cielo de helicópteros, entre secretas con gafas de sol, riñonera e indiscutibles hechuras de policía, sintiendo en la nuca la mirada de los GEO desde los tejados. Con el suelo del Patio Barroco de la Diputación recién encerado y un chef con Estrellas Michelín haciendo horas extra. Con la rutina de la gente de a pie, el camino al cole o al trabajo, alterada a base de cortes de tráfico, aglomeraciones puntuales de súbditos y alguna identificación aleatoria. Ante el manifiesto anacronismo histórico en el que nos sumerge la visita no de uno, sino de dos monarcas, era muy difícil para una republicana no aprovechar la ocasión para recordar que somos los pobrecitos, los de Jordania y los de aquí, los que les pagamos cada escapada de lujo mientras en casa vaciamos la hucha de lata esperando encontrar suficientes monedas de dos euros para pagarnos un espeto, en Torremolinos o en Áqaba.

Dicen que la Corona está perdiendo adeptos, como todas las cosas que huelen a viejo: los toros, la Iglesia, la televisión. Es normal, porque soplar y sorber no puede ser. El mismo sistema que nos vende la patraña de la cultura del esfuerzo, esa gran farsa de que solo tienes que soñarlo para hacerlo realidad, no puede sostener liderazgos por amor, linaje y designio divino. Es una pena, porque estoy harta de la Monarquía Parlamentaria y del régimen del 78, pero más harta estoy de la disforia de clase y de los pobres que votan como ricos porque sueñan con serlo algún día, y según el esquema de pensamiento neoliberal para eso solo tienen que soñarlo fuerte y trabajar mucho. A este paso va a caer antes la Corona que el capitalismo, y a la vista de cómo han salido las municipales y cómo apuntan las generales, a ver cómo se las apañan las infantas para independizarse sin el bono joven de alquiler.

Generar expectativas es peligroso en un mundo que tampoco nos enseña especialmente bien a tolerar la frustración. Por eso, y mientras hacemos algo con lo del espejismo aspiracional de los pobrecitos, casi prefiero que las niñas quieran ser princesas en vez de herederas de Inditex. Son dos destinos igualmente improbables, pero a fuerza de propaganda han conseguido que el segundo parezca posible.