Herencias
Firma de opinión de la periodista Irene Contreras
Córdoba
Cuando le vendemos Córdoba a la gente de fuera se nos llena la boca de patrimonios y declaraciones de la Unesco, de las fiestas de mayo, de las ventajas de tener una ciudad que puede recorrerse andando, de berenjenas y flamenquines y rabos de toro y salmorejos, de la herencia multicultural que se palpa en arquitecturas, gastronomías y hasta en la personalidad de sus gentes. Se nos pasa muchas veces, quizás porque nos luce menos o porque a fuerza de costumbre lo hemos olvidado, vender de Córdoba su potente y diversa red de servicios públicos: la que nos lleva de una punta a otra en autobús, con perdón de la periferia; la que trata y distribuye la que podríamos considerar el mejor agua del mundo, con perdón de Madrid; la que recoge residuos y los recicla y la que nos limpia las calles (cuando las limpia).
De la misma forma en que heredamos de Hisham y los Abderramanes la Mezquita de Córdoba, de los sefardíes el trazado laberíntico de la Judería o de los cristianos invasores las iglesias fernandinas, la ciudad tal y como la conocemos hoy también es una herencia, la herencia de ayuntamientos gobernados por políticos que decidieron que ese iba a ser el camino. Esa gente tenía nombres, apellidos, familia y carácter, bueno o malo, pero lo que hizo que Córdoba desplegara esa red pública no fue lo buena o mala persona que fueran, sino su ideología y su modelo de ciudad, y eso no viene mal recordarlo a las puertas de unas elecciones municipales. Siempre se ha dicho que en estas elecciones, sobre todo en pueblos y pequeñas ciudades, se vota a personas, y no a partidos ni a programas. Yo no sé qué habrá de verdad en eso, pero las preferencias personales las dejo para mi grupo de amigos. Para el gobierno de mi ciudad preferiría a un sieso con valores que a un simpático destructor de lo público, el vecino que siempre saludaba.
Vaya por delante que no todas las herencias son buenas. Puede haber quien prefiera renunciar a los servicios públicos, como yo renunciaría al caballo de las Tendillas, por ejemplo, que también es herencia. Pero si no es el caso, las municipales son clave para que no nos pase en la ciudad como le pasó a Medina Azahara tras el expolio: Córdoba sin la herencia de su ciudad omeya, y unos pocos vecinos con capitel de avispero en el patio.