A vivir que son dos díasLa píldora de Leila Guerriero
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"Todo esto para decir que no soy feliz, pero estoy contenta. Me he vuelto blanda. Regreso de un viaje extraño por un camino distinto al que tomé para ir y no me reconozco. Ahora, los días se elevan como si se disculparan: hola, estamos aquí, perdón por molestar"

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Buenos Aires

Por la luz amarilla entre las hojas, por el aroma picante del asfalto y los talleres mecánicos, por el cielo tan azul que es casi blanco, por la tromba de sol que cae del cielo, por los membrillos que hierven en almíbar, por los pies que me duelen después de haber corrido, por el recuerdo de la lluvia en un bosque de la provincia de Córdoba, por los árboles de un verde doloroso, por la voz de mi padre en el teléfono, por esta forma de caminar que se parece al coraje, por el almuerzo con amigos que se van y a los que no volveré a ver quizás en años, por la gata que sube al escritorio, por la noche de ayer, por el pez en el agua, por el bar al que fuimos el martes. Hoy releí, de la nada, el catálogo de las naves del canto segundo de la Illíada. Me rendí durante un rato a esas páginas caudalosas, a aquello de “Ulises acaudillaba a los magnánimos cefalenios. Los de Ítaca y el frondoso Nérito; los que cultivaban las tierras de Crocilea y los de la escarpada Egilipe; los que habitaban en Zacinto y los que vivían en Samos y en sus alrededores; los del continente y los de la orilla opuesta, todos obedecían a Ulises, comparable a Zeus en su prudencia. Doce naves de rojas proas le seguían”. Recordé la primera vez que leí la Odisea, y después la Illíada, y después El libro del buen amor en español antiguo, y después las redondillas de Sor Juana. Aquellas tardes tristes que se volvían buenas porque existían esos libros. Todo esto para decir que no soy feliz, pero estoy contenta. Me he vuelto blanda. Regreso de un viaje extraño por un camino distinto al que tomé para ir y no me reconozco. Ahora, los días se elevan como si se disculparan: hola, estamos aquí, perdón por molestar. Ya no sucede la impiedad. Anne Carson escribió sobre Van Gogh: “Cuando miraba el mundo veía los clavos que sujetan los colores a las cosas y veía que los clavos sufrían”. Elevo un rezo raro. Como si estuviera inconsciente o loca, digo: “Que vuelva mi alma de fuego”. Extraño al perro de mi dolor.

 
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