Cincuentenario del experimento de Tuskegee
La firma de Jorge Laborda Fernández, Catedrático de Bioquímica y Biología Molecular
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Jorge Laborda
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Firma de opinión | Cincuentenario del experimento de Tuskegee
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Este año, se cumple el quincuagésimo aniversario del fin del infame experimento bautizado con el nombre de experimento de Tuskegee. Este experimento se desarrolló por nada menos que cuarenta años, desde 1932 a 1972, en el pueblo de Tuskegee, en Alabama, Estados Unidos. Esta localidad rural cuenta hoy con algo más de 9.000 habitantes.
El experimento utilizó a seiscientos aparceros de raza negra, en estado de semi esclavitud, la mayoría analfabetos, como sujetos de estudio. El objetivo era estudiar la progresión natural de la sífilis si esta enfermedad no era tratada, para determinar si podía conducir hasta la muerte. El experimento fue promovido no por una agencia militar secreta o el Ku Klux Klan, sino por el Servicio de Salud Pública y el Centro para el control de enfermedades de los Estados Unidos.
Los participantes fueron manipulados con mentiras para aceptar su colaboración en el experimento. Se les dijo que recibirían tratamiento médico que de otro modo no podrían pagar. Sin embargo, lo que realmente sucedió fue que este tratamiento les fue negado incluso cuando, a partir de 1947, la penicilina estuvo disponible como terapia para la sífilis. Finalmente, una filtración a la prensa, en 1972, y la consiguiente exposición pública de este experimento, puso fin al mismo y espoleó la puesta en marcha de normativas para proteger a los participantes en ensayos clínicos.
Creo que el daño generado por este experimento ha sido considerable, y lo sufrimos aún hoy. La posición dominante de los Estados Unidos en la cultura occidental ha transmitido a través de novelas y, sobre todo, del cine, que los gobiernos pueden no solo no proteger a sus ciudadanos, sino actuar contra ellos de manera desprovista de toda ética. Es difícil evaluar la influencia que la onda expansiva de este estudio ha ejercido en movimientos actuales de teorías de la conspiración y el movimiento antivacunas, por ejemplo, que entre sus, en mi opinión alocadas ideas mantiene que la vacunación contra la COVID-19 no es sino un experimento encubierto de oscuros intereses realizado a escala planetaria.
Hay quien afirma que quien desconoce la historia está condenado a repetirla. En mi humilde y poco conocedora de la historia opinión, no creo que para evitar repetir la historia baste con conocerla, como desafortunadamente estamos viendo estos días, en los que, al contrario, conocer los horrores del nazismo parece ser lo que incita a algunos a repetirlos. Por desgracia, es cada vez más evidente, no solo por lo que podemos observar cada día sobre la humanidad, sino por lo que las investigaciones en neurociencia y psicología social nos indican, que la repetición de la historia se debe, sobre todo, a la continuidad en el tiempo, generación tras generación, de la naturaleza humana. Es esta naturaleza la que debemos conocer en su enorme heterogeneidad, aceptarla, y aprender, de manera inteligente y determinada, a dominarla y evitar que nos domine. De lo contrario, la naturaleza humana continuará imponiéndose sobre nosotros mismos, como es lo más natural, incluso en los proyectos iniciados con la mejor y más sincera de las intenciones,
como probablemente pudo ser en la mente de algunos, al menos, el proyecto Tuskegee.