Contra el espionaje, mesura

Barcelona

El espionaje, legal o ilegal, lícito o ilícito, es un asunto que suele ser grave: porque puede atentar contra los derechos individuales, o contra el prestigio de las instituciones, o contra la seguridad del Estado y de los ciudadanos. O contra todo eso a la vez.

Así que no puede tratarse como una cuestión menor, de trámite, administrativa, sino con cuidado, prudencia y mesura. Sobre todo, mesura en el uso de las palabras. No solo porque uno se arriesga a tener que comérselas a las pocas horas, sino sobre todo porque la charlatanería, las sugerencias maliciosas y los pellizcos de monja nunca añaden claridad a algo que por definición está rodeado de oscuridad.

Mesura significa también que antes de dictar opinión o sentencia sobre quién pueda ser o no ser responsable, culpable, víctima o verdugo, conviene saber qué ha pasado. Hay ladrón si hay robo, hay asesino si se ha cometido un asesinato. Pero lo primer que hay que averiguar siempre es el qué; luego viene el quién; el cómo; el cuánto y el cuándo. Cuando ya has condenado a un colega o un rival y ya has pedido su cabeza o la de algunos de sus colaboradores, tienes problemas para rebobinar, especialmente si no todo es tan evidente como pensabas al principio. Por ejemplo, si en el equipo que investigó el asunto desde una oenegé, figura un investigado por los jueces por diseñar u organizar acciones colectivas violentas.

Tampoco son útiles las ironías sobre la casualidad de que un episodio se encadene con otro. Sobre todo si vienen de un partido que ha hecho de las escuchas ilegales, del uso de comisarios corruptos y del uso torcido de los fondos reservados, prácticas corruptas generalizadas. ¿Quieren nombres? Mejor la mesura.

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