La eterna venus rubia
El 6 de mayo se cumplen 30 años de la muerte de Marlene Dietrich, una de las grandes leyendas del cine clásico
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Marlene Dietrich
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Un teatro en el Berlín de los años 20. A mitad de la representación una chica regordeta de piernas largas entra en escena y recita la única frase que tiene en toda la obra. Sentado entre el público está el director Josef von Sternberg. Pocos días después, ese mismo director llama a la joven para hacerle una prueba. Después de algunos ensayos, Sternberg llega a la conclusión de que, con algunas transformaciones, puede convertir esa cara vulgar en un rostro impactante. Acababa de nacer uno de los grandes mitos eróticos del siglo XX: Marlene Dietrich.
Fuera de la pantalla Marlene Dietrich no era especialmente guapa. Sin embargo el maquillaje, la luz del blanco y negro, su vestuario y su increíble fotogenia hicieron de ella un icono del cine. Además estaba su voz, esa voz ronca y sexy que al público le encantaba, por eso, en todas sus películas, los guionistas buscaban alguna excusa para que la actriz pudiera lucirla.
Nació en Berlín en 1901. Su padre era un estricto militar de la aristocracia prusiana. Estudió para violinista pero, para disgusto de su familia, se sentía mucho más atraída por los cabarets, donde pronto empezó a trabajar como corista, además de hacer pequeños papeles en películas mudas. Su gran oportunidad llegó en 1930 cuando Josef von Sternberg la fichó para la que iba a ser la primera película alemana hablada: El ángel azul. Desde ese momento Marlene mostró claramente sus cartas: un cuerpo que era la personificación del erotismo natural y una mirada que revelaba una fascinante indiferencia. La indiferencia de una mujer capaz de arrastrar a un hombre a la ruina, convirtiendo a un ilustre profesor en un payaso patético.
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Emil Jannings y Marlene Dietrich en una escena de El ángel azul
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Emil Jannings y Marlene Dietrich en una escena de El ángel azul
La película fue un éxito en Alemania pero antes incluso de su estreno ya se habían abierto otras puertas para Marlene Dietrich. Sternberg había enviado unas pruebas de lo rodado a la Paramount que por entonces andaba buscando a una actriz que pudiera competir con Greta Garbo. El director y Marlene viajaron juntos a Estados Unidos y firmaron con el estudio. Ya en Hollywood Sternberg moldeó a su gusto la imagen de vampiresa de la actriz. Le hizo adelgazar siete kilos; extraerse las muelas del juicio para remarcar el hundimiento de sus mejillas y diseñó todos sus gestos y miradas de mujer fatal. “Marlene soy yo”, solía decir el director.
En los siete títulos que Sternberg y la actriz rodaron juntos se creó la imagen del mito: una mujer sofisticada, lánguida y de sexualidad ambigua. Ya en su primera película en Hollywood, Marruecos, Marlene aparecía vestida de hombre en una escena y coqueteaba con Gary Cooper, pero acababa besando en los labios a otra mujer. Después vendrían otros títulos como La venus rubia, El expreso de Shanghai, Capricho imperial o El diablo es una mujer en la que encarnaba a una española, película que fue prohibida por el gobierno de la Segunda República por la pésima imagen que daba de nuestro país.
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Marlene Dietrich en Testigo de cargo
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Marlene Dietrich en Testigo de cargo
Todas sus películas de los años 30 transmiten un erotismo poco habitual para la época y están llenas de escenas inolvidables. Como aquella de El cantar de los cantares en la que posa desnuda para un nervioso escultor. El éxito de estas películas hizo de Marlene la actriz mejor pagada del periodo. Sin embargo la sociedad con Sternberg se rompió definitivamente en 1936. Marlene y Sternberg habían sido amantes, pero el director solo fue uno más en la larga lista de la actriz. Hombres y mujeres. Escritores como Ernest Hemingway, militares como el general Patton, artistas como Alberto Giacometti, músicos como Burt Bacharach o Edith Piaf y un sinfín de actores y actrices como Jean Gabin, Claudette Colbert, John Wayne o Yul Brynner. Todos perdían la cabeza por ella.
En realidad ya se había casado en los años 20 en Alemania con Rudolf Sieber, un ayudante de dirección con el que tuvo una hija, María. Nunca se divorció de él y apenas vivieron juntos. No obstante, siempre fueron buenos amigos y la actriz solía pasar las Navidades con él y con su hija. Durante la Segunda Guerra Mundial Marlene fue una de las estrellas más comprometidas en la lucha contra el nazismo. Se había nacionalizado americana en 1939 y odiaba a muerte a Hitler. Fue también la estrella de cine que más donativos y ventas de bonos para ayudar al ejército consiguió captar.
Tras la guerra Marlene Dietrich espació cada vez más sus papeles en el cine, pero trabajo con grandes directores como Alfred Hitchcock, con el que rodó Pánico en la escena; Fritz Lang, con el que hizo Encubridora o Billy Wilder, que la dirigió en Berlín-Occidente y Testigo de cargo. En 1958 trabajó con Orson Welles en Sed de mal donde daba vida a una gitana adivina. Aunque se trata de un papel secundario la actriz siempre lo citó entre sus favoritos porque fue uno de los pocos en los que no daba vida a una mujer fatal. Otra de sus mejores actuaciones es la de Vencedores o vencidos, una película de Stanley Kramer sobre los juicios de Nuremberg. En ella canta la canción más clásica de su repertorio: Lili Marleen.
Lili Marleen era la canción con la que siempre abría o cerraba sus recitales. En los años 60 la Dietrich se fue alejando poco a poco de las pantallas y se dedicó cada vez más a la música. Acompañada de su director musical, Burt Bacharach, hizo giras por todo el mundo y grabó numerosos discos. Hasta que en 1974 se rompió una pierna en el escenario y decidió abandonar el directo. Su última aparición en el cine llegó en 1979 en la película Gigoló. A partir de entonces se encerró en su residencia de París de donde no salía nunca. No aceptaba visitas y mucho menos de periodistas.
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Marlene Dietrich en una escena de La venus rubia
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Marlene Dietrich en una escena de La venus rubia
La única persona ajena que pudo entrar durante aquellos años en el refugio del mito fue el actor y director Maximilian Schell, con el que la actriz accedió a rodar un documental sobre su vida. Eso sí, previa firma de un suculento contrato. La actriz no aceptó que su rostro, ya decrépito, apareciera en la pantalla. Hablaba fuera de plano, de forma arisca y cortante y Schell tuvo que utilizar en el documental fotogramas de sus películas e imágenes de archivo. La actriz pasó sus últimos años mirando hacia atrás con nostalgia. Cada vez que moría uno de sus antiguos compañeros de profesión marcaba su foto y la colgaba en la pared. Así, recluida y sin querer saber nada del mundo, vivió los últimos años de su vida.
La muerte le llegó finalmente el 6 de mayo de 1992. A su cortejo fúnebre celebrado en la Iglesia de La Madeleine en París asistieron miles de personas que hacían cola fuera del tempo para verla por última vez. Un año después de su muerte, su hija, María Riva, publicó un libro en el que la acusaba de haber sido una mala madre, una mujer altiva y egoísta, pero nosotros siempre veremos en ella a la artista y nadie puede negar que Marlene Dietrich fue una de las grandes leyendas de la historia del cine. Un icono visual y sonoro del cine, gracias a su belleza, sus míticas piernas y a esa voz tan personal que aún hoy en día nos sigue emocionando.