El micromentario de Pepe Belmonte: 'Enfermos del cuerpo y del alma'

Murcia

El pasado sábado estuve en mi pueblo de visita. Y Miguelito, el hijo de Pencho, que es gerente de un fantástico restaurante llamado Los Cazadores, que es, hoy por hoy, el único atractivo del lugar, me dijo al verme: “Se está muriendo mucha gente”.

Y me anunció, un tanto afligido, que, entre los que se habían marchado para siempre, estaban Paquito el Ferretero, que fue quien puso en pie el primer equipo de fútbol federado en el pueblo, y Simón, uno de los mejores jugadores de dominó de toda la Región de Murcia. Ambos, dos buenas personas de las que un servidor aprendió casi más que en la propia universidad.

Y el que no se muere, cae enfermo. Enfermos del cuerpo y del alma, abrumados por el peso de la soledad y de la pandemia, que es casi lo mismo.

Cuando todo parecía superado, cuando creíamos que habíamos acabado por fin con el maldito bicho, aparecen, de golpe, sus efectos secundarios y sus daños colaterales. Con personas que no han podido superar del todo este enorme trauma y los muchos días de aislamiento.

Y tanto es así que, cuando han ido quitándose poco a poco la mascarilla, he encontrado a muchos de mis amigos más envejecidos, con arrugas en el rostro que antes no les había apreciado. Un poco más tristes y sombríos, como si no hubieran salido ilesos del todo de una verdadera catástrofe.

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Y, encima, los especialistas en la materia anuncian que muchos niños están necesitados de un psicólogo que les devuelva la alegría propia de la edad, y la fe en este mundo terrorífico que les estamos dejando, como una herencia envenenada.

A ver si durante estos días de asueto, con la Semana Santa y las Fiestas de Primavera en todo lo suyo, logramos espantar el mal fario, y recuperar siquiera una parte de la sonrisa que perdimos, sin mascarillas que la disimulen.

Pepe Belmonte