Opinión

Las elecciones francesas y el voto de las clases medias y populares

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Barcelona

El mayor enigma que sobrevuela la primera vuelta de las elecciones presidenciales francesas del próximo domingo es cómo se disputará el voto de las clases medias y populares. Así lo escribe hoy en Le Monde, su editorialista Françoise Fressoz. El temor del grueso de la sociedad francesa de quedar desplazada a causa de la crisis económica que aquel país va arrastrando y que ahora se ve potenciada por los efectos de la guerra de Putin, hace muy difícil pronosticar hoy por hoy, qué papeleta disputarán y depositaran en las urnas los millones y millones de ciudadanos atemorizados y absolutamente cabreados.

El hecho de que la gran rivalidad siga estando entre Macron y Le Pen y en menor medida Mélenchon, que ha ganado algunos enteros estos últimos días, todavía diluye más las posibilidades de apuesta, porque todas las probabilidades hacen desaparecer los dos grandes partidos históricos de la quiniela. El socialista, con una alcaldesa de París, que nunca ha levantado cabeza desde el día que lanzó su candidatura, y la derecha de toda la vida, que se recuperó hace un tiempo con Nicolas Sarkozy, pero que ha vuelto a desaparecer del mapa y que no tiene ninguna posibilidad. Y la campaña, hábil y aparentemente más centrada, reconozcámoslo, de Marine Le Pen a causa de la irrupción de ese Zemmour todavía más a su derecha y que la presenta como la gran alternativa a un Macron que ya empezó quitándole todo lo que podía a la crisis a su favor y luego aprovechándose de la guerra, pero que su alargamiento y la constatación ya asimilada por parte de la población de que Putin le engañó reiteradamente, le está perjudicando y de qué manera.

Igualmente, está siempre el capítulo de la inmigración, del que Le Pen siempre sabe sacar tajada. Muy especialmente en aquellas zonas como el Sur. De ahí su alcaldía, la alcaldía del antiguo Frente Nacional de Perpiñán, que es una de las zonas más castigadas. Todo indica, no obstante, que la segunda vuelta reproducirá la batalla de las presidenciales anteriores. Y aunque eso parezca que cinco años después no tiene importancia, por supuesto que la tiene. ¿Por qué? Pues porque, entre otras cosas, también se demuestra que poco ha cambiado Francia a pesar de su crisis, tanto en el ambiente político como en lo económico y en el social. De ahí que se siga hablando mucho de la abstención que puede dominar el mapa electoral del domingo.

La duda razonable, más allá de los resultados de este domingo, ya no será solo la posibilidad de giro en Francia si ganara al final la ultraderecha, sino el condicionante que todo ello supondría para todos, teniendo en cuenta el papel destacado de aquel papel sobre el resto de los europeos y el pulso constante que Francia mantiene con Alemania, que por cierto, cuando van de la mano es cuando todos salimos ganando por sintonía mucho más próxima. Todo lo que representaría el empuje que la victoria de Le Pen supondría en España para Vox. Y evidentemente eso nos definiría ante tiempos de sombras, de drama y cargados de una incertidumbre permanente. Tiempos que no sabemos cuánto durarán, pero se nos harán largos, muy largos.

 
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