Pensar históricamente
La firma de Manuel Ortiz, catedrático en Historia Contemporánea
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Manuel Ortiz
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Firma de opinión | Pensar históricamente
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A finales del siglo XIX se vivieron en el occidente civilizado dos fenómenos complementarios: la masificación de la política y la nacionalización de las masas. El liberalismo como doctrina política y económica, que había sido capaz de poner en marcha los estados nación como nueva fórmula de organización social, evolucionaba así al compás de unas demografías crecientes y cada vez más concienciadas y demandantes de derechos. Las naciones en vanguardia aplicaron un reformismo social que articuló a las nuevas capas sociales en torno a proyectos identitarios que englobaban a la mayoría.
En ese momento la Historia de España empezó a divergir de los países de nuestro entorno. Se creó un estado de opinión nacional negativo porque, aunque simbólicamente, el país estaba herido en su orgullo por la derrota colonial.
El temor a la revolución social afianzó aquí la alianza entre las élites, que blindaron el sistema de la llamada Restauración a la participación social. Se produjo un repliegue alrededor de un proyecto trasnochado en el que se fundieron la nación y el catolicismo. Las prácticas religiosas, en estos próximos días de nuevo en todo su esplendor, se asociaron de manera rotunda a los símbolos de la nación, resultando así una sociedad simbólicamente representada por crucifijos, procesiones, rosarios y misas. No dejaba de ser una imagen de nación, pero bien diferente a la que se había propuesto décadas antes en las Cortes de Cádiz. Había triunfado el nacionalcatolicismo en su combate frente a la nación liberal y laica y había instaurado los valores esenciales de la nación española. Todo aquello se desató en la crisis finisecular del 98. Aquel declive evidenció las debilidades del sistema político y derivó en el problema de España, que dio pie a la formulación de una pregunta que desde entonces no ha dejado de latir con fuerza, aunque con diferentes grados de intensidad en función del nivel de pesimismo instalado en la sociedad: ¿Qué es España?
En estos últimos años, y la secuencia no para de crecer, se acumulan episodios negativos. Afortunadamente, la globalización, las redes sociales, los innumerables canales de comunicación, en suma, han servido para comprender que se trata de fenómenos muy extendidos que poco se relacionan con especificidades hispánicas. No obstante, esa pulsión patria al catastrofismo, alentada por evidentes intereses que pretenden aumentar la sensación de declive, nos lleva a pensar constantemente en ese problema, supuestamente, congénito.
Desde luego, es muy difícil abstraerse, desde un pensamiento histórico, al marasmo en el que nos encontramos y no insistir en alguno de los múltiples casos dramáticos que nos invaden. Sin embargo, hoy, aunque tímidamente, quiero recordarles una buena noticia que no ha merecido demasiada atención mediática precisamente porque los focos, contumaces, se dirigen hacia las perspectivas más lúgubres. Me refiero a la detención de la dirección de ETA en marzo de 1992 en Bidart (Francia), de la que se cumplen ahora veinticinco años. Fue uno de los principales golpes sufridos por la organización terrorista. Desde entonces, su debilitamiento fue progresivo y hoy podemos celebrar su desaparición. Era un año clave por la acumulación de eventos de dimensión internacional y la amenaza que representaban los atentados terroristas. A corto plazo, la caída de la cúpula supuso una “huida hacia adelante” con la “socialización del sufrimiento”: el ataque indiscriminado a no nacionalistas (además de policías, políticos, concejales, periodistas o profesores). Aquella detención, que tuvo su origen en una infiltración en la banda terrorista, fue un éxito policial y político, pero también colectivo.
Hagamos un esfuerzo por valorar con objetividad de manera positiva lo que hemos sido capaces de conseguir en otros momentos de extrema dificultad.