Ocio y cultura

Los zapatos que no nos sirven

Alicia Rodríguez y Belén Ponce de León llevan al Falla el texto de José Troncoso "La noria invisible"

Belén Ponce de León y Alicia Gutiérrez, en la representación de "La Noria Invisible" en el Falla / Cadena SER

Belén Ponce de León y Alicia Gutiérrez, en la representación de "La Noria Invisible" en el Falla

Cádiz

Cuando somos adolescentes, y aún hay hueco para soñar con qué seremos de mayores, solemos pararnos a pensar en qué zapatos cabemos. Las protagonistas de la obra 'La noria invisible', que se ha representado este domingo en el Teatro Falla de Cádiz, también se prueban zapatos. Y sueñan con los que les gustaría ponerse. Y terminan buscando otros. El emocionante texto del gaditano José Troncoso habla de muchas cosas, pero, sobre todo, de ese maravilloso momento de la vida que es la adolescencia, en la que todo es posible, aunque la realidad te termine bajando de la noria en la que te has montado.

"La noria invisible" presenta primero a Juana (Belén Ponce de León), "La Gafas", según el apodo que le han puesto sus compañeros de clase. No tiene amigos porque los demás le reprochan sus aires de soñadora, su aspecto diferente y su comportamiento ajeno a los cánones de lo que se considera normal. Es cuando llega a su colegio una nueva compañera, Raquel (Alicia Rodríguez), a la que le precede una fama de rebelde y a la que la llaman "La Tetas", por sus grandes dimensiones, y también por sentirse libre de dejárselas tocar por quien quiere cuando quiere.

Juana se marca como reto hacerse amiga de Raquel y, tras varios intentos entre clases de biología y religión, La Gafas termina por ablandando a La Tetas, quien guarda un secreto de por qué ha acabado en ese colegio. Y en esa amistad recién nacida se sienten más grandes, más felices, más queridas, más comprendidas. Comparten secretos, canciones, visitas a zapaterías y a una feria, y algún momento que las marcará para siempre.

Troncoso compone el retrato de dos "invisibles", mujeres que pasarían desapercibidas en cualquier ciudad, con vidas anodinas, pero a las que engrandece en un relato teatral que ensalza la capacidad de la imaginación y la ensoñación. La protagonista, acosada por los insultos y desprecios de sus compañeros, decide creer que su vida es una especia de show de Truman, una especie de vídeo clip constante, porque la realidad no puede ser tan puñetera. Será esa realidad la que le termine enseñando que ese vídeo clip en el que está, de existir, ni siquiera es el suyo.

De esto habla La noria invisible, de ese momento de la vida que es la adolescencia, en la que todos los problemas son gigantes, y las soluciones aún son posibles. Troncoso lo explicaba la pasada semana con una frase que lo resume todo. "La adolescencia es esa parte de la vida en la que te crees el centro del mundo, y al mismo tiempo, te sientes invisible".

Rodríguez y Ponce de León están estupendas en dos personajes cargados de ternura. Saben equilibrar la evolución de sus personajes. Del "Pos eso", que marca el arranque de su relación, a la naturalidad del final. Es una puesta en escena resumida en matices. Un juego de sillas, un espejo con luces y un perchero con ropa como únicos elementos, pero que se transforman en un eficaz juego de luces, sonidos y objetos, en clase, en zapatería y en una feria. La obra funciona sobre todo en los momentos que más alimenta la imaginación. Hay varios especialmente brillantes: la revelación muda del secreto de Raquel, la noria invisible en la que se montan las dos y el diálogo final en la zapatería. Las canciones subrayan, quizá demasiado, las metáforas de un texto sutil que, al fin y al cabo, habla de sentimientos, miedos, sueños que hemos tenido todos.

El Falla acogió con cariño la representación dirigida y escrita por un gaditano. Rio en los momentos más delirantes, y aplaudió con emoción al final, sobre todo, al conocerse que esta sería la última representación de Alicia Rodríguez como Raquel, al emprender la actriz otros proyectos. La noria invisible, que divierte y entretiene, deja cierto poso amargo. "El dolor que da el amor es bueno para escribir", dice Juana en un momento de la obra. Porque todos hemos querido probarnos unos zapatos cuando éramos más jóvenes. Con ellos hemos imaginado nuevas vidas, amando a quien amábamos, nos hemos visto cantando y bailando, siendo quienes queríamos ser. Hasta que la puñetera realidad te dice que esos zapatos no te sirven y tienes que buscar otros más cómodos.

Pedro Espinosa

Pedro Espinosa

En Radio Cádiz desde 2001. Director de contenidos de la veterana emisora gaditana. Autor del podcast...

 
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