Dos años de la España cerrada
El subdirector de Diario de Sevilla, Carlos Navarro Antolín, reflexiona sobre el segundo aniversario de la declaración del estado de alarma que nos cambió la vida
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Carlos Navarro Antolín, subdirector del Diario de Sevilla
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Carlos Navarro Antolín, subdirector del Diario de Sevilla
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Sevilla
En Valencia vieron carros de combate por las calles la tarde del 23-F, pero en Sevilla ni nos enteramos de aquella asonada que a algunos nos pilló viendo Barrio Sésamo. Hace dos años que las calles de Sevilla sí fueron tomadas por la Policía y por tanquetas de la Unidad Militar de Emergencias. El Salvador, Triana, las rondas, los barrios… Parejas de militares se asentaron a diario en puntos estratégicos para inspeccionar cualquier movimiento. Recuerdo el jueves previo a que la Junta cerrara los colegios. A media tarde hubo comercios que comenzaron a echar las persianas motu proprio. A unas les sorprendió el persianazo en la prueba del traje de flamenca que aún está sin estrenar, a otros yendo a por los encargos propios de la Semana Santa, los niños de jornada intensiva regresaban de los colegios… Jamás olvidaré aquel jueves de rumores y zozobra. El presidente Moreno decretó el cierre de los colegios. Los niños acudieron a las aulas el viernes y ya nunca más volverían hasta… septiembre. El presidente Sánchez declaró el estado de alarma el sábado, una medida que se endureció con vistas a la Semana Santa. El mundo se paró como nunca. Sevilla vivió la primavera más dura desde la convulsa República y la terrible Guerra Civil.
La pandemia no ha terminado, pero la hemos amortizado. Dos años, miles de muertos, muchos ciudadanos con varios kilos de más, el consumo de ansiolíticos disparados y las Fiestas Mayores hurtadas.
¿Dónde estaba usted cuando el mundo se paró, el turismo se hundió, la hostelería quedó herida, muchos descubrieron por fin los balcones de sus casas y se consolidaron las videollamadas y los encuentros telemáticos?
Los supermercados colocaron las bebidas fermentadas y destiladas en lugar preferente. De pronto nos pusimos a pasear perros y a protegernos en el burladero del humor. El Domingo de Ramos pasó un vehículo desde el que se dictaban órdenes por la megafonía. No, no era el tapicero que llegaba a nuestra localidad, eran militares que nos recordaban la obligación de permanecer en casa. Dos años, un volcán y ahora el tipo malvado de Rusia. Salgan a la calle y huelan el azahar. Valoren a esos héroes de batas blancas que se la jugaron literalmente. Ni ellos ni el azahar nos fallaron aquellas mañanas que nos levantábamos para ir a ningún sitio y con la losa de mil nuevos muertos.