La sequía impone bosques menos densos para conservar saludables las masas forestales españolas
Para que los bosques resistan de manera óptima el cambio global y todos sus retos se requiere que los árboles que los forman estén en plena forma, especialmente ante la sequía
Palencia
“En los últimos decenios en España vivimos un importante aumento de la superficie de nuestros montes, que además es continua y cerrada. Resulta muy positivo, pero esta elevada densidad acentúa el problema de los cada vez más peligrosos incendios forestales, especialmente en condiciones de falta de precipitaciones" explica el director de la Cátedra de Micología de la Universidad de Valladolid, el Doctor ingeniero de Montes Juan Andrés Oria de Rueda. Los árboles tienen una mayor probabilidad de sobrevivir si crecen separados, algo que se conocía desde muy antiguo en Europa, para lo que se establecían los bosques aclarados o dehesas, acotados para su conservación. Los árboles transpiran para mantenerse, es decir consumen agua. Y los bosques consumen bastante más agua que un matorral, pastizal o cultivo de secano tradicional.
La sequía es recurrente en la región mediterránea y muchas plantas se encuentran adaptadas a condiciones de sequedad, especialmente en comarcas áridas. Sin embargo, resulta preocupante la perspectiva de mayor escasez de lluvias que se sufre en los últimos tiempos, pues causa graves afecciones al estado de conservación de los árboles y arbustos en la Naturaleza. En los recientes 40 años hemos comprobado en nuestros estudios que numerosos bosques y repoblaciones forestales muy cerrados de varias regiones de España (desde Aragón y Cataluña a Andalucía) están perdiendo vitalidad y quedan puntisecos, es decir los árboles aparecen con la copa parcialmente muerta. Esto se ha hecho más notorio en los últimos 5 años. Las sequías más severas y recientes, como la que padecemos actualmente exacerban los efectos de plagas de insectos y ataques de hongos descomponedores. En los lugares más expuestos, sobre todo en terrenos arenosos o con yeso se está sufriendo una elevada mortandad de árboles, a la vez que virulentos ataques de plagas como la procesionaria. Esto mismo se está observando en otros lugares del planeta (América del Norte, Asia Central, etc) y analizado por los científicos de los bosques de varios países. En la remota antigüedad las grandes rebaños de herbívoros migratorios (bisontes, uros, búfalos, caballos y cebras, mamuts, rinocerontes, etc) contribuían a aclarar los montes y eliminar con su paso la vegetación seca, pero
posteriormente la ganadería trashumante y los usos tradicionales reemplazó y ocupó su lugar, explica el profesor Oria de Rueda. Estos bosques aclarados son imprescindibles para el correcto desarrollo de los hongos simbiontes, es decir de aquellos que ayudan a resistir la sequía y alimentarse a los árboles. Muchos de estos son comestibles apreciados, como en el caso de las trufas y otras diversas especies de setas amantes de la luz.
Otro de los agentes de conservación de esta estructura apropiada es la ganadería extensiva, especialmente la trashumante, que hace un uso racional de los ecosistemas arbolados y mantienen el pasto y la flora. Evita además los grandes incendios forestales.
Pese a lo que comentamos, más modernamente y durante años, algunos técnicos vieron a las dehesas y bosques claros de robles y pinos como menos productivos de madera, denigrándolos despectivamente como “espesura defectiva” y abogaban por su densificación. Sin embargo, estamos comprobando que estos bosques muy cerrados son mucho más susceptibles a la sequía y a las plagas y enfermedades.
Los árboles en condiciones de falta de lluvia y enorme densidad compiten al máximo entre ellos por el agua y los nutrientes y son más susceptibles a los ataques de plagas y hongos parásitos. Un bosque se enfrenta con más seguridad a la crisis climática con 1000 árboles bien desarrollados por hectárea que con 3000 en estado mortecino compitiendo agónicamente entre ellos. La gestión forestal supone el tomar medidas técnicas (podas, claras o raleos, etc) para favorecer el desarrollo de los árboles y su resiliencia ante condiciones desfavorables de precipitación y temperaturas.
Como consecuencia de los largos periodos de sequía gran cantidad de arbustos y árboles muertos suponen un gran peligro, pues dan lugar a concentración de combustible inflamable en el monte, madera, leñas y hojarasca seca. Muchos árboles, arbustos y herbáceas quedan secos y suponen un grave peligro de grandes incendios forestales. Tradicionalmente se recogían para leña, pero actualmente hay verdaderos matorrales y montes envejecidos y muertos, de gran inflamabilidad y necesitados de gestión, explica el Dr. Pablo Martín Pinto, subdirector de la Cátedra de Micología y profesor de prevención de incendios forestales del campus palentino de la universidad de Valladolid.
Entre las técnicas tradicionales más eficaces está el realizar plantaciones de castaños, encinas y robles a marco ancho (árboles bien separados) muy productivos de trufas y Boletus, según los tipos de suelo.
La distancia entre árboles tiene una repercusión en la supervivencia de un bosque frente al fuego. El bosque extenso y cerrado resulta especialmente sensible en un incendio forestal, que arrasará de forma completa la masa forestal. Dentro de los montes deben existir espacios abiertos que son áreas cortafuegos. Los bosques mixtos y claros son el mejor fondo de inversiones que tenemos
Un aspecto muy a tener en cuenta es la necesidad del empleo en parques y jardines de diversidad de especies autóctonas más resistentes a la sequía, lo que se conoce como xerojardinería. Los arbustos y árboles propios de climas lluviosos exigen gran cantidad de riego para subsistir por lo que su empleo en jardinería debiera evitarse. El plantar especies aromáticas, enebros, encinas, robles, arces, almendros, olivos silvestres o pinos mediterráneos muy resistentes a la sequía asegura su desarrollo y supervivencia ante los periodos de grave falta de precipitaciones, a la vez que se ahorra en agua de riego.
La adaptación al cambio climático es posible, pero impone bosques menos densos, que sean resilientes con eficacia ante las condiciones desfavorables de los periodos de sequía. Eso puede conseguirse mediante la adecuada gestión forestal, finaliza el Dr. Oria de Rueda. No se trata de tener 'mucho monte' de cualquier manera, sino 'buenos y sanos bosques'.