Destrucción
"La rivalidad no deja de ser una vulgaridad. Destruirse entre compañeros, sin embargo, es una forma superior de espanto. Qué desmoronamiento, qué desastre, qué hostia, qué luces, qué maravilla"
Galicia
La destrucción es hipnótica, incluso bella. Sobrecoge, pero a la vez fascina. Es casi imposible retirar la vista. Ese «ohhh» que se te escapa cuando algo comienza a desplomarse implica horror y admiración. En cierto modo, existe algo en todo cataclismo que remite a los fuegos artificiales. Hay infinitas catástrofes. Quizá la más alucinógena sea la destrucción de un partido político, a manos precisamente de miembros del partido, y no de sus rivales. La rivalidad no deja de ser una vulgaridad. Destruirse entre compañeros, sin embargo, es una forma superior de espanto. Qué desmoronamiento, qué desastre, qué hostia, qué luces, qué maravilla. Es chicle para los ojos. Cuando la convivencia entre dos camaradas y amigos salta por los aires, y nadie parece estar dispuesto a parar hasta que solo uno queda viva, es inevitable pedir más. Se rompen tantas cosas que pensar en detenerse y quizá buscar la paz, es una locura. La vida avanza así, haciendo y deshaciendo, juntando logros y desgracias. La destrucción no es un final, sino un progreso. Recuerdo que al poco de morir Truman Capote, Gore Vidal, a quien lo unía una enemistad profunda y querida, dijo a una periodista: «¿Su muerte? Creo que es buena para su obra».