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¿Quién fue Pilar Prades?

Condenada a muerte por el asesinato de doña Adela y a dos penas de 20 años por los otros dos homicidios frustrados. Fue la última condenada a muerte por asesinato mediante garrote vil en España.

La València Olvidada. ¿Quién fue Pilar Prades?

La València Olvidada. ¿Quién fue Pilar Prades?

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Valencia

Pilar Padres abandonó su pueblo de Bejís (Castellón) y se trasladó a València siendo analfabeta y dejando atrás una niñez sin muñecas y una desgraciada infancia trabajando en casa de sus padres. Poco agraciada, introvertida y de gesto adusto, duraba poco en las casas en las que entraba a servir. Su mirada era lo que peor efecto causaba en sus patronos, una mirada seca, dura, que traspasaba. Llegó a cambiar de señora hasta en tres ocasiones el mismo año.

En 1954, cumplidos ya los 26 años, entró a servir en la casa de un matrimonio, Enrique y Adela, que tenían una tocinería en la calle de Sagunto. La actividad y el movimiento de la tienda le gustaban a Pilar, y admiraba el porte y las maneras de su señora. Para ella, el momento más feliz era cuando le pedían que ayudara a despachar porque la tienda estaba llena.

Doña Adela cayó enferma en una fecha señalada, San José, y a partir de aquel día Pilar tuvo que ocuparse de ayudar a Enrique en el mostrador sin abandonar por ello las tareas de la casa. Es decir, hacía todo el trabajo de la señora sin ser la señora. Y también se ocupaba de cuidarla, le preparaba caldos y tisanas que le hacía beber mientras la llenaba de mimos y la divertía contándole un resumen de lo que había pasado en la tienda.

Las primeras sospechas

Vómitos, pérdida de peso, debilidad muscular. El estado de doña Adela era cada día más preocupante, y el médico de cabecera no lograba adivinar la causa de las dolencias. Y un día falleció, pero la tocinería no cerró aquel día pues Pilar convenció a Enrique, su patrón, de que el negocio es el negocio y había que cuidar a la clientela y de que ella misma se encargaría de despachar. Cuando el viudo regresó del entierro, al entrar en la tienda vio que la criada había tomado el puesto de la señora. Enrique, sin darle ninguna explicación, puso a Pilar de patitas en la calle.

Sin trabajo, acudía los jueves a una sala de fiestas llamada “El Farol” allí coincidía con Aurelia Sanz, una de las pocas amigas que tenía, a la que le unía que ninguna tenía suerte con los hombres. Aurelia era una criada de 27 años que servía como cocinera en casa de un médico militar, Manuel Berenguer y su mujer María del Carmen Cid. Esta recomendó a Pilar a su señor pues había una plaza vacante en la casa, debido a que la otra criada había partido a Inglaterra, éste optó por contratarla por venir recomendada por Aurelia sin ni tan siquiera comprobar sus referencias Pilar estaba nuevamente sirviendo en casa de unos señores.

Surgió un problema entre las dos amigas a causa de un chico que le gustó a Pilar pero que sacó a bailar a Aurelia y luego se fue con ella. Aparentemente no ocurrió nada, pero una semana después, Aurelia cayó enferma. Como en el caso de doña Adela, Pilar también se desvivió por la cocinera y la preparaba constantemente caldos y tisanas.

En un principio pareció que la enfermedad era del estómago a causa de los vómitos y diarreas, pero luego aparecieron nuevos síntomas, como hinchazón de las extremidades, y el médico militar consultó a otros colegas y entre todos diagnosticaron "polineuritis progresiva de origen desconocido" y decidieron internar a Aurelia en un hospital.

Un par de semanas más tarde fue la dueña de la casa, la esposa del médico militar, la que se puso enferma. Al principio parecía una gripe vulgar, pero se fueron manifestando síntomas muy parecidos a los que había presentado la cocinera, que seguía en el hospital con las extremidades prácticamente paralizadas.

El médico se alarmó, consultó de nuevo con otros especialistas y tomaron la decisión de realizar la prueba del propatiol, un inyectable que permite descubrir la presencia de un tóxico sin necesidad de realizar un análisis. El resultado fue definitivo, la causa de las dolencias de la mujer tenía nombre: arsénico.

Decidió entonces el médico indagar en la personalidad de la criada y se dirigió a la última casa en la que había servido, la del chacinero. Este le informó de lo sucedido con su esposa y de cómo había despedido a Pilar tras el entierro porque no le gustó ver cómo la criada se consideraba sucesora de la difunta señora.

El médico militar presentó denuncia en la comisaría de Ruzafa, en Valencia, y exhumaron el cadáver de la chacinera, que apareció en pleno proceso de momificación, algo que solamente ocurre cuando en los restos hay presencia de una sustancia química. Los análisis confirmaron que había arsénico, y los policías, al registrar la habitación de Pilar, encontraron entre la ropa blanca de su ajuar, que guardaba en un baúl, una botellita de Diluvión, un veneno mata hormigas compuesto de arsénico y melaza, sustancia que le confería un sabor dulzón.

El destino de Pilar

El 20 de febrero de 1957 es detenida Pilar Prades en la portería en la que vivía con una prima suya, un lugar en el que había decidido refugiarse hasta que encontrara un nuevo trabajo. Pilar era totalmente ajena al hecho de que la habían descubierto. Treinta y seis horas de interrogatorios, alimentada solamente con aspirinas, no bastaron para que Pilar se reconociera autora de los envenenamientos. Tan solo aceptó que en una ocasión le había servido una infusión de boldo a la esposa del médico con un poco de aquel líquido dulce, sin saber lo que era, porque se le había acabado el azúcar. Pero de Aurelia y la chacinera, nada.

El abogado que se encargó de su defensa le advirtió a Pilar desde el primer momento que la amenaza de pena de muerte planeaba sobre el caso y le aconsejó que se declarara culpable para obtener una condena que oscilara entre los 12 y los 16 años. Pero ella se negó y defendió su inocencia hasta el final.

Pilar Prades fue condenada a muerte por el asesinato de doña Adela y a dos penas de 20 años por los otros dos homicidios frustrados. El Tribunal Supremo confirmó la sentencia, se agotaron todos los recursos y las peticiones de clemencia resultaron inútiles. Sólo cabía esperar el indulto por parte del Jefe del Estado, que nunca llegó- La fecha señalada fue el 19 de mayo de 1959, y la víspera se iniciaron en la prisión de Valencia los preparativos del siniestro ritual.

Antonio López Guerra, el verdugo, se presentó a las diez de la noche, tal y como le habían citado. Tenía ocho horas por delante porque "el trabajo" (como a él le gustaba decir) estaba previsto para las seis de la madrugada, antes de que amaneciera. El tal López Guerra, que dos meses después ejecutaría a Jarabo en Madrid, sería también el ejecutor de Salvador Puig Antich en marzo de 1974, el último ejecutado en el garrote vil).

Llega la hora de la ejecución

Pero al verdugo nadie le había prevenido de que iba a ejecutar a una mujer, y allí empezaron los problemas de aquella dantesca noche. De entrada, el verdugo se negó a ejecutar a Pilar.

Con una botella de coñac lograron convencer y darle valor al verdugo, pero en el cuerpo de guardia de la prisión no cesaron las dificultades. Todos los presentes estaban pendientes del teléfono por si llegaba el indulto en el último instante, lo que todos deseaban para poder ahorrarse el macabro espectáculo que les esperaba.

Pero López Guerra no tenía ganas de matarla y al oír las palabras de Pilar dijo que sí tenía una hija y volvió a negarse a ejecutarla. Ya habían tocado las siete en el reloj de la prisión y el sol brillaba en el patio cuando la fuerza pública tuvo que llevar a rastras hasta el patíbulo tanto a la condenada como a su verdugo.

Una vuelta y media de manivela fue suficiente para romperle el cuello a aquella desgraciada muchacha que acababa de cumplir 31 años y que fue arrojada al otro mundo como lo había sido de niña de su pueblo a la ciudad. Se fue sin saber leer, sin conocer el amor y sin haber gozado un segundo de felicidad. Nadie fue a recoger sus restos.

El desaparecido fiscal José Vicente Chamorro, muy joven en aquellos días, tuvo que presenciar por obligación la ejecución y contó que lo vivido había sido suficiente para hacerle luchar toda su vida contra la pena de muerte. Y uno de los letrados, también testigo presencial, se la contó a su paisano y amigo Luis García Berlanga, y éste se la contó a Rafael Azcona, y así nació una de las más grandes películas del cine español, El verdugo.

**Texto de César Guardeño, historiador y guía responsable de Caminart, empresa de recorridos turísticos.
 
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